De la gente que te adelanta por la izquierda o por la derecha y te corta el paso hacia el cajero y cuando se da cuenta de que no funciona, en lugar de avisarte, se larga mirando hacia otro lado.
De la impunidad de los políticos, sindicalistas, banqueros, principescos, cortesanos y plebeyos que roban sin sufrir escarnio alguno.
De las arbitrarias tomas de conciencia de la sociedad. Lo mismo se manifiestan por la anulación de una corrida de toros que se quedan en casa cuando se destruyen millones de puestos de empleo y, para colmo, se disparan los precios. Ah, y la culpa es de los trabajadores.
Del sistema de información monocorde que apunta, dispara y logra que todos pensemos lo mismo y, como estamos enfermos, todo lo contrario. A la vez.
De que te pidan que ahorres en rotuladores para una pizarra de una clase mientras hay catedráticos universitarios que dan la vuelta al mundo gratis.
De que sea legal cobrar 400 euros por un trabajo. De que una familia de tres miembros tenga que vivir con esa cantidad al mes.
De los gilipollas de las barbas largas y de las camisetas graciosas.
De los móviles penúltimo modelo que son una ganga porque sólo cuestan un 30 por ciento del salario mensual.
De Apple.
De las élites culturales.
Del movimiento afterpop y de sus enemigos, porque sólo quieren llegar al trono de la élite cultural.
De que no exista un código ético de obligado cumplimiento en las instituciones que lleve al cese inmediato de los supuestos servidores de la nación que mienten, prevarican, insultan.
De que echen un programa de niños cantantes en la tele a la hora a la que los niños tendrían que estar durmiendo, sobre todo entre semana.
De que cueste tanto adoptar y tan poco tener un hijo para cargarse su infancia.
De Twitter y de sus trending topics. De que las tonterías de la mayoría de tecnoadictos pasen a ser materia de informativos.
De que la información sea un espectáculo más. Del oso que entra en una cabaña de Canadá y se come un pastel de manzana. De que se hable de una guerra en cinco segundos tras soltar una cifra de muertos cualquiera sin emoción alguna.
De Torrente 5 y, sobre todo, de que acabe yendo a verla.
De no poder asegurar con la cabeza alta que tengo unos principios a la altura de la ética a la que aspiro.
Del triunfo de la subjetividad y el elogio a la defensa de uno mismo y su manada a cualquier precio.
De que el surrealismo haya salido del arte, se haya fundido con el absurdo, y forme parte del mecanismo del mundo globalizado. Dos continentes y medio pasando hambre, uno congelado, y lo que queda del planeta soportando guerras preventivas, la destrucción premeditada del medioambiente y, para colmo, enriqueciendo a unos pocos con trabajos precarios para pagar el último capricho a plazos.
De la impunidad de los políticos, sindicalistas, banqueros, principescos, cortesanos y plebeyos que roban sin sufrir escarnio alguno.
De las arbitrarias tomas de conciencia de la sociedad. Lo mismo se manifiestan por la anulación de una corrida de toros que se quedan en casa cuando se destruyen millones de puestos de empleo y, para colmo, se disparan los precios. Ah, y la culpa es de los trabajadores.
Del sistema de información monocorde que apunta, dispara y logra que todos pensemos lo mismo y, como estamos enfermos, todo lo contrario. A la vez.
De que te pidan que ahorres en rotuladores para una pizarra de una clase mientras hay catedráticos universitarios que dan la vuelta al mundo gratis.
De que sea legal cobrar 400 euros por un trabajo. De que una familia de tres miembros tenga que vivir con esa cantidad al mes.
De los gilipollas de las barbas largas y de las camisetas graciosas.
De los móviles penúltimo modelo que son una ganga porque sólo cuestan un 30 por ciento del salario mensual.
De Apple.
De las élites culturales.
Del movimiento afterpop y de sus enemigos, porque sólo quieren llegar al trono de la élite cultural.
De que no exista un código ético de obligado cumplimiento en las instituciones que lleve al cese inmediato de los supuestos servidores de la nación que mienten, prevarican, insultan.
De que echen un programa de niños cantantes en la tele a la hora a la que los niños tendrían que estar durmiendo, sobre todo entre semana.
De que cueste tanto adoptar y tan poco tener un hijo para cargarse su infancia.
De Twitter y de sus trending topics. De que las tonterías de la mayoría de tecnoadictos pasen a ser materia de informativos.
De que la información sea un espectáculo más. Del oso que entra en una cabaña de Canadá y se come un pastel de manzana. De que se hable de una guerra en cinco segundos tras soltar una cifra de muertos cualquiera sin emoción alguna.
De Torrente 5 y, sobre todo, de que acabe yendo a verla.
De no poder asegurar con la cabeza alta que tengo unos principios a la altura de la ética a la que aspiro.
Del triunfo de la subjetividad y el elogio a la defensa de uno mismo y su manada a cualquier precio.
De que el surrealismo haya salido del arte, se haya fundido con el absurdo, y forme parte del mecanismo del mundo globalizado. Dos continentes y medio pasando hambre, uno congelado, y lo que queda del planeta soportando guerras preventivas, la destrucción premeditada del medioambiente y, para colmo, enriqueciendo a unos pocos con trabajos precarios para pagar el último capricho a plazos.
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