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Vivir con ansiedad crónica

A la pregunta si se puede vivir con ansiedad crónica respondo lo que supongo harían las personas que llevan un marcapasos, padecen diabetes, etc. Claro que se puede vivir. Algunos lo llevarán mejor y, en los casos más extremos, otros se limitarán a sobrevivir. Imagino que cada caso será distinto y creo, sólo creo, que en la mayoría de los casos acaba por prevalecer la fuerza de voluntad de cada uno, su espíritu, al propio mal en sí.

Obviamente, cuando tocamos fondo, hay que estar allí, mirando la dentadura de la bestia. Y, aunque a nadie le endulza un cardo, conviene saborear el fracaso. Sólo una primera vez por experiencia. Regodearse en el dolor es masoquismo. En cualquier caso, en cada bajón conviene esperar a que pase el tiempo. Tarde o temprano, en la oscuridad se enciende una luz (perdón por la horterada). Eso sí, a la que podamos salir del hoyo, un saltito y luego otro hasta… avanzar hacia la superficie o resbalar de nuevo. Pero poco a poco. Tanto para subir como para caernos es conveniente no darse muchas prisas.


Aprender a afrontar los retos con nuestras carencias es casi tan importante como sacar partido de nuestros dones naturales, de la experiencia o de una situación de ventaja cualquiera.

Lo que considero poco ético, aunque resulte inevitable caer en ello, es recurrir a la carencia como excusa para no dar el paso que el sentido común nos impele a tomar. Al diablo con la ética. Lo que de verdad importa es que si no tomamos decisiones, el tiempo, imparable, las tomará por nosotros. En el día a día, cuando parece que todo permanece igual, hay que estar alerta. Cuidado, pues quizá nuestro punto de vista se ha quedado atrofiado en un momento vital determinado. Queramos o no, todo se mueve a nuestro alrededor. Incluidos nosotros mismos. Sí, a menudo, lo que nos parece un paréntesis, un tiempo de hibernación, supone varios pasos hacia atrás.

Es cierto que una enfermedad o un trastorno de por vida acarrea no sólo dolor, molestias y, en ocasiones, problemas serios para llevar una vida normal, sino dificultades psicológicas que normalmente tienen que ver con la integración social y la autoaceptación. Además, hay que contar con los efectos secundarios de una medicación, que en el caso de los problemas psicológicos o psiquiátricos, puede representar más escollos que la propia enfermedad.

Mucha gente se pregunta qué síntomas presenta la ansiedad. Este trastorno se adapta al cerebro como un guante. Ronchas en la piel, mareos y vértigo, malas digestiones, dolores de cabeza, debilidad en general, picores, pálpitos, escalofríos y una larga lista de síntomas que se pueden dar por separado o en conjunción e, insisto, la ansiedad ataca a cada persona donde menos se lo espera.

Este trastorno tan indeterminado se combate, desde el punto de vista psiquiátrico, con ansiolíticos, antidepresivos y somníferos. Hay toda una legión de tipos y subtipos de esta serie de productos farmaceúticos y no pretendo recopilar la información aquí, porque trato de plantear una reflexión muy concreta (y, en realidad, me importa un bledo. Ser paciente no me tiene que convertir en doctor).

En cualquier caso, se da la paradoja de que algunos ansiolíticos pueden causar somnolencia y depresión, y algunos antidepresivos disparan la ansiedad, con lo que el cóctel farmacológico resulta una incógnita para el doctor que debe ensayar diversas variantes en sus pacientes. Ninguna ansiedad es igual a otra ni nadie responde del mismo modo a un tratamiento.

Aparte de las soluciones químicas, porque al fin y al cabo hay procesos en el cerebro que no se están dando como deberían, conviene adoptar un punto de vista positivo sobre la vida, llevar una vida sana, hacer deporte y cambiar los esquemas preconcebidos sobre las situaciones y las personas, que normalmente vienen viciados desde la infancia.

Para quien se la pueda permitir, porque es un asalto a mano armada, se recomienda seguir una terapia cognitiva. Hay mucha gente que tiene el dinero, pero teme pasar por las manos de un psicólogo. Tienen miedo a que alguien les cambie. Sí, somos así de egocéntricos. Por una parte reconocemos que tenemos un problema grave. Por otra, no queremos que nada altere nuestra esencia. Buenas… o malas noticias, ningún psicólogo te puede cambiar la personalidad. Como mucho, te suministrará herramientas para adaptarte al medio, que es lo que vienen haciendo todos los seres vivos desde que salió el primer protozoo de la sopa boba original.

Mucho ojo, porque adaptarse al medio significa tragar con el stablishment y no nadar contra corriente. Aunque... ¿crees que te van a influir tanto una docena de charlas? Si eres rebelde por naturaleza, será más fácil amoldar el pilar de un aparcamiento a tu coche que convertirte en un conformista.

No confundas una terapias cognitiva con otras prácticas. Por ejemplo, el psicoanálisis está bien como hobby para ricos. Woody Allen, o cualquiera que dedique varios lustros de su vida a sentarse en su diván, dan fe de los resultados.

¿Hay un antes y un después desde que se diagnostica una ansiedad crónica? Por fuerza. Sobre todo, porque en la mayoría de los casos, la ansiedad es una respuesta del cerebro a una sobrecarga de estímulos negativos o a una situación continuada de estrés. Es decir, la ansiedad no llega sin aviso previo y, por tanto, detrás de esto a lo que llamamos ansiedad hay todo un camino trufado de asuntos sin resolver y situaciones que hemos interiorizado en el apartado de Peligro: no sigas haciéndolo así.

Cambiar el ritmo de vida a tiempo, detener los influjos negativos, dejar de adoptar un punto de vista fatalista y abandonar la falsa idea de que el alcohol y las drogas nos ayudan a pasar los momentos tensos son algunas de las soluciones que podemos adoptar.

En lo personal, no creo que valga mucho la pena pasar páginas viejas en busca de heridas sin cauterizar, enemigos del pasado, amores sangrantes o familiares desequilibrados. Considero que es inevitable arrastrar algún que otro recuerdo doloroso del pasado. Nadie alcanza la cima sin dar un traspiés.

Lo anterior no nos exime de tratar de tapar las heridas por las que se nos van los glóbulos rojos. Ojalá tuviéramos la oportunidad de responder a los malos recuerdos y peores personas con compasión y gratitud por habernos enseñado algo, lo que sea. Suena a autoayuda o a breviario budista, pero los que sufrimos de ansiedad no podemos adoptar el rol de depredador durante mucho tiempo. Simplemente, no servimos para eso. Razón de más para no conformarse con ser un blanco fácil.

Hay que atajar los problemas, igual que hay que ganarse el pan o hacer la puñetera declaración de la Renta. Se hace, se piensa bien, y se remata. Primero se actúa, luego se analiza. Al revés, con los ansiosos, resulta en parálisis. Los que no cojean de esta pata pueden recrearse lo que quieran antes de dar un paso, porque normalmente no se pasarán demasiado tiempo. Algunos, los más felices (seguramente los que más infelicidad generan) ni siquiera se plantearán los posibles conflictos que sus actos generen.

No hay que olvidar que, además, una ansiedad mal tratada suele generar en una depresión severa y, lamentablemente, las personas ansiosas y depresivas, como los alcohólicos, deben plantearse la posibilidad de que su estigma no les abandone jamás.

En todo caso, no es una condena a muerte. Mejor tomarlo como un aviso de nuestro sistema neurológico para que cambiemos el chip en positivo.

En plata: de pequeño quería ser Superman. De adolescente me conformaba con Han Solo. De joven quise ser muchas personas a la vez, imitaciones de estereotipos inexistentes y de gente que daba una imagen vacía. En realidad, más que parecerme a alguien en concreto, quería triunfar en todo lo que emprendía. El precio que tengo que pagar está diagnosticado y acarrea no pocas molestias. Rabia no, porque la vida puede resultar mucho más perra. Sin embargo, se puede ver de dos formas:

a) Tengo un tope. Mis logros llegarán hasta aquí, como máximo.

b) Sé por dónde puedo andar para mejorar. Superarme, en mi caso, es seguir andando. No hace falta que intente subir a un 4.000 ni que me plantee comprarme el todoterreno. Se trata, nada más y nada menos, que de andar, andar y ser feliz por el camino y, cuando toque, serlo menos.

No existe, y esto lo tengo que decir, un camino de en medio. Los curanderos, naturistas chinos, homeópatas, tarotistas y parches en forma de amigos que no lo son, padres postizos o amores de rebajas (etc. y etc.) sólo terminan empeorando el panorama.


Recuerda que hay algo peor que sufrir ansiedad: convertirte, además, en un poco más idiota cada día. Si además de muscular el cerebro, ensanchas el corazón, creo que merece la pena vivirlo para contarlo.

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