Por tus actos te conocerán, Rey. |
Siempre se cuestionó su reinado, pero el supuesto papel libertador del monarca la noche del 23F de 1981 le salvó de la quema en no pocas ocasiones.
Con el nuevo milenio, el fallido golpe de estado cayó en el olvido y la prensa, desvergonzada y casquivana, comenzó a airear las trifulcas de la Casa Real, en especial los desmanes del protagonista.
Las bodas de sus hijos sentaron como tres bombas nucleares sobre la institución monárquica. Primero, las extravagancias del vago Marichalar, acusado de todo vicio. Después, las supuestas malas relaciones con una Letizia muy diva y televisiva. Para colmo, el único que se salvaba, Iñaki Urdangarin, resulta ser uno de los tipos más corruptos de los últimos años.
Nada más le faltaba al Rey que se le acumularan las lesiones y las operaciones, aparte de un rumor de cáncer que cobra fuerza hoy, día de su abdicación. Con todo el follón, las pruebas sobre su infidelidad, tantas veces comentada, y errores graves como una brutal afición a matar elefantes a gastos pagados, la popularidad de Juan Carlos I sólo se mantiene a flote porque en este país abunda la gente que se vende al poderoso por contagio.
El papelón que le toca a su heredero, Felipe de Borbón, es la herencia de un padre egoísta o gravemente enfermo. Tiene que estar muy mal el Rey para dejar el barco en el peor momento. Hoy mismo saldrán a la calle miles de personas para pedir una tercera república.
Aunque es opinable, creo que sólo hay una manera de medir los méritos de los gobernantes. Sopesar aciertos y fallos de un largo período parece lo justo, pero en la práctica sirve para bien poco. Lo que importa es el final.
Por eso, la Historia se ha merendado a Suárez, Aznar, González, Zapatero y, ahora, se merendará a Juan Carlos I. Todos han fallado a la hora de la verdad (unos más que otros, y de todos, el que más dignidad mostró fue Suárez) y sus últimos años han sacado la peor versión posible de ellos mismos.
La salida en falso de Juan Carlos de Borbón marca el fin de una larguísima transición. Ahora, si hay herederos del Franquismo en el Gobierno es por votación popular, no por imperativo legal.
A España siempre le ha acompañado la rémora de una filiciación católica extremista y la dichosa monarquía. Sólo cuando se libre de ambas ataduras podrá ser un país moderno.
Sin embargo, conociendo a mis paisanos, supongo que hay que esperar una larga vida de Felipe VI y, en su coronación, políticos de todos los colores le harán reverencias mientras un obispo hace de maestro de ceremonias.
Y es que este país se basta para hundirse. Ni siquiera necesita a Alemania.
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