Da la sensación de que todo va bien cuando sales un día festivo a la calle y los restaurantes y las cafeterías están llenas, y la gente inunda las calles cargadas de bolsas de las franquicias de siempre.
En el paseo marítimo o por la alameda, quien más y quien menos estrena ropa nueva, zapatillas de marca, una bicicleta o un patinete.
Un domingo por la tarde, por más que se empeñen en vendernos lo contrario, hay cola en los cines, sobre todo en los centros comerciales y lo único que me enerva es que da igual lo que proyecten. Podrían exhibir films de serie B de los ochenta con pósters actuales que la gente compraría igual su entrada. Existe la necesidad imperiosa de desinhibirse.
Yo soy el primero que intenta aprovechar los fines de semana y los festivos para ponerle la guinda a una vida que transcurre entre problemas aburridos y tareas que son de mera supervivencia o que, a lo sumo, tienen un interés personal, pero aburrirían al más pintado.
Sin embargo, creo que deberíamos detenernos un momento y mirar alrededor. ¿No merece la pena dejar de salir unos cuantos días a tomarnos el helado o zamparnos la paella si con eso conseguimos que los políticos que nos gobiernan nos tomen en serio?
Sé que dejar de consumir en ocio supone un problema añadido para los comerciantes, pero los cierres de hospitales, la debacle educativa y las familias sin empleo son asuntos serios, entre otros muchos como la imposibilidad material de acceder a una vivienda sin arruinarte, y quizá con un pequeño sacrificio un par de semanas, unos meses, no sé... Quizá lanzando una consigna unánime logremos acortar la agonía de la crisis.
¿Qué significaría en nuestras vidas llevar una vida espartana durante un par de meses si con eso conseguimos que nos devuelvan nuestros derechos y que los de arriba traten a los de abajo con el respeto y consideración que merecemos?
¿Podemos arreglárnoslas sin la escapadita a la casa rural o el nuevo smartphone un tiempo? ¿Acaso no hemos pasado por más de cuatro años, quizá cinco ya, viendo cómo los impuestos nos ahogaban mientras los salarios bajaban y las ayudas sociales menguaban hasta desaparecer?
Las huelgas de un día, a la vista está, no sirven para nada. Y mucho menos cuando no resultan mayoritarias, ya sea por miedo a acabar a la calle, o por un puñado de euros en el caso de los funcionarios.
Convertir la calle en un escenario de guerra se me antoja una mala solución: por violenta, por antipopular y, sobre todo, porque algunos que abusan del ciudadano encontrarán en los disturbios la justificación a su desmesura.
Por último, considero que resulta más esperanzador ponerle velas a un santo que confiar en los recursos de la democracia para revertir la situación. ¿En qué nos ayuda la democracia española, la que sólo se acerca, como el vendedor al cliente, cuando necesita el voto del ciudadano? Exactamente, ¿qué podemos esperar de un sistema en el que sólo puedes elegir unas siglas durante cuatro años para que unos individuos, incluyendo asesores que operan en la sombra y grupos de presión, tengan vía libre para hacer lo que quieran en el nombre del respaldo popular?
Es imposible saber por qué vota alguien a un partido: porque uno de los candidatos le parece guapo, inteligente, sincero, etc,; porque les disgustan todos los demás; por seguir la fuerza de la costumbre, por fastidiar, por error, por ignorancia, porque sí o porque no...
La democracia debería significar algo más que la elección de un personaje popular entre una docena. Listas abiertas aparte, deberíamos poder decidir sobre los asuntos importantes. Empezando por la continuidad de la monarquía, siguiendo por las intervenciones en guerras pasivas o activas y terminando por leyes que determinarán temas cruciales en nuestras vidas.
De momento, nos queda conformarnos con las medidas que, a la chita callando, tergiversan y trastocan la idea que algunos tenemos de una sociedad civilizada y solidaria. La otra opción es oponernos.
Propongo la protesta pacífica y activa. Y una de las maneras es concentrarse en el mejor de los ambientes posibles, allá donde resulte más significativa la presencia de indignados, justo cuando tenemos tiempo libre y, quizá sin saberlo, salimos a la calle a consumir irracionalmente porque nos cuesta hacer frente a un futuro oscuro.
Podríamos conseguir un cambio de timón porque hay dinero de sobra y se sigue malversando.
Claro que yo parto de la base de que esta crisis económica es un timo, que nos han robado para repartir el dinero entre los poderosos y que, además, nos están desahuciando para dejarnos desarmados y conseguir hacer lo que quieran de nosotros.
Si no lo vemos así, entonces todo lo anterior es una tontería.
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