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El hombre de acero: empezar por Shakespeare para acabar con la PlayStation

A Zack Snyder le cuesta plantar una cámara y rodar una escena con actores de carne y hueso y sin efectos especiales de por medio. Cuando no le queda otra, siente la imperiosa necesidad de mover la cámara hacia donde sea, pero por poco tiempo, porque siempre tiene prisas en mostrar un plano más.

Y otro. Y otro.

El hombre de acero empieza de forma desconcertante. Parece otra película: una especie de Avatar ambientado en uno de los planetas de las últimas Star Wars. Y, sobre todo, empieza con un ritmo descomunal. Pura acción con un fuerte componente dramático.

Algún día, alguien escribirá una tesis sobre el desconcierto que producen las películas, las obras en general, que se supone que van a ir por unos derroteros anclados en el imaginario colectivo.



Entiendo la injusticia que supone comparar un film a otro al que se supone que no reinterpreta, pero éste es un remake encubierto de Superman (1978), el clásico de Richard Donner. Precisamente a los guionistas, David S. Goyer y ¡Christopher Nolan!, se les ve el plumero no en lo que copian sino en lo que trastocan con respecto al film protagonizado por Christopher Reeves.

Lo que en la película de 1978 es una introducción a modo de prólogo rápido aquí ocupa muchísimo metraje. Por consiguiente, sacrifican los primeros años del pequeño Clark Kent en la granja de Kansas y pasan directamente a sus 33 años. Luego, romperán el ritmo de la acción mostrando diversos flashbacks que, en suma, reinciden en la misma idea: la búsqueda del protagonista de su propia identidad.

Lástima que nos dejen sin saber qué ocurre entre la adolescencia y la madurez de Superman. Suponemos que vendrá repartido en flashbacks para la segunda parte. Y no es una ironía. Si acaso una deducción lógica.

A lo lobezno, con la depilación controlada.
La presencia de Nolan y de su guionista en la trilogía de Batman podrían hacer pensar que a este film, siendo el primero de una previsible serie, le faltaría acción. Nada más lejos de la verdad: la película se acelera a partir de que el hombre de acero acepta su destino y, pese a los toques románticos con una Lois Lane adaptada al siglo XXI (para bien y para mal del eje dramático de la historia), los últimos veinticinco minutos se acercan a lo que podemos ver en una partida de videojuego de los hipermodernos shoot'em up (mata que te mata, en español).

Una orgía de héroe y supervillanos que se machacan y destrozan todo lo que hay alrededor y que supera con creces lo visto al final de El caballero oscuro: la leyenda renace (2012) y Los vengadores (2012) que para gusto de un servidor ya era más que suficiente.

A pesar de los excesos, el diseño de producción es excelente, un poco raquítico cuando muestra a la supuesta élite del ejército norteamericano, pero espectacular en todo caso. Lo malo es que la hipérbole se dispara y convierte lo que sucede en la pantalla en una noche discotequera en Benidorm y no en la sesión de buena música tecno que prometía.

Hay que tener en cuenta que en El hombre de acero la trama principal tiene que ver con los orígenes del héroe, con la familia, con su destino, y no se da, por ejemplo, la dualidad del Clark Kent periodista y el hombre de la capa roja.

Con todo, lo más retorcido del film no es su larguísimo clímax final sino el mensaje. Según, el supermalo, el general Zod, la evolución implica la renuncia a la moral y la evolución siempre triunfa, tachando a Superman de antievolucionista. Algo que no sorprende porque minutos antes el superhéroe intenta confesarse en una iglesia católica. No sólo eso, sino que tiene una representación de Jesucristo por delante y otra en la vidriera de detrás. ¿Dije ya que el protagonista tiene 33 años?

Esa obsesión por convertir todas las historias de aventuras en una reverberación de la vida de Jesucristo termina por cansar. Si para colmo le añadimos la ideología conservadora puede que incluso moleste. Supongo que hay que contentar a los que financian estas superproducciones y no son seguidores castristas precisamente.

La mala actúa mucho mejor que su general.
Pese a todo, y salvo el final con su batalla interminable, el film entretiene y sus creadores demuestran conocer muy bien el universo de los cómics. De hecho, por momentos parecen haber conseguido el hito de traspasar uno de los tebeos a la gran pantalla, algo que sólo he visto en Watchmen (2009), dirigida y escrita por el dúo Snyder-Goyer, y por momentos en las dos primeras X-Men (2000 y 2003), realizadas por Bryan Singer.

Henry Cavill seguirá interpretando a Superman durante varios años, porque lo borda (aunque los que comparan no piensan lo mismo), y Amy Adams como Lois Lane tiene chispa. Los padres adoptivos del protagonista están también excelentes, sobre todo Diane Lane como Martha, pero quien brilla especialmente es Russel Crowe en su papel de Jor-El, aunque quizá, pero eso no es culpa suya, acapare más minutos de lo necesario (no se puede explicar más).

Por su parte, el experimentado Michael Shannon interpreta a un general Zod pasado de vueltas, demasiado caricaturesco, pero no considero que ni este modesto crítico ni nadie pueda acertar el motivo de sus irrisorias reacciones.

Sin embargo, y puestos a comparar con el original Superman de Donner, la partitura de Hans Zimmer trata de evitar cualquier semejanza con una de las obras maestras de John Williams y su composición no pasará a los anales probablemente por querer pasar de puntillas.

Hay quien le achaca la falta de humor a la película, pero considero que esto ya es un cotejo directo con la trilogía de Richard Donner. Muchos de los cómics no contienen elementos humorísticos. Y quizá ver a Lois Lane con tacones por el desierto ya se considere una forma machista de hacer comedia (pese a que sinceramente no creo que muchos espectadores se preocupen por este tipo de detalles).

En suma, a veces, sobre todo en términos audiovisuales, más significa menos y la velocidad acaba mareando al más pintado. Habría que poner a un adolescente a escribir esta crítica. Quizá la maquinaría de Hollywood sepa lo que está haciendo y no esté errando el tiro.

¿Tan mala es? No, si te gustan los cómics, en absoluto. Si buscas una puesta al día de los dos primeros films sobre el héroe de Krypton, entonces te pasará lo mismo que el que asistió al Star Trek de Abrahams pensando en los capítulos de la serie en blanco y negro.

Sobre las expectativas de cada cual, ya lo dijo un sabio: lo mejor es no tenerlas.

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