Durante la época en que en España se conseguía trabajo más o menos fácilmente, la queja general era que queríamos ganar doscientos euros más, porque sospechábamos que nuestro compañero, el que calentaba la silla, se los embolsaba cada mes y no era justo.
Algunos afortunados ganábamos de 1.000 a 1.200 euros, pero siempre era poco. El agravio comparativo se vertía sobre los rumores que se forjan en el imaginario colectivo y que nos hacían sentir minúsculos al lado de esos personajes de traje y corbata que ganaban 3.000 euros al mes. O más.
Al mismo tiempo, nuestras empresas nunca estaban a la altura de nuestra motivación, nuestro esfuerzo, los años de estudio... Y siempre nos enterábamos de alguien que había dado el salto a la competencia, donde se decía que en los descansos jugaban a la videoconsola. Incluso algunos cambiaban de sector profesional sin despeinarse.
De la noche a la mañana, todo eso se acaba. Cada cual se conforma con el empleo que le da de comer y los años en los que algunos buscábamos vuelos baratos para pasar el fin de semana en cualquier punto de Europa parecen de ciencia-ficción. Sí, una de robots pijos.
Que se terminó lo que se daba está claro, pero ¿por qué se empeñan en convencernos de que todo fue una mentira? Vivimos por encima de nuestras posibilidades y no pusimos los pies en el suelo a tiempo. Ya se sabe, allá arriba hay nubes, truenos, rayos y escasa visibilidad.
Y es mentira que fue mentira. Aquello pasó. Yo lo recuerdo muy bien: lo bueno y lo malo. Aquí los únicos que fallaron con alevosía son los mismos que están jodiendo la marrana ahora: los dirigentes políticos y los que manejan las finanzas.
Sin embargo, (me niego a maldecir a la lacra que nos está amargando la vida: luego les votáis y las palabras se las lleva el agujero del retrete) el dinero no se ha volatizado: sólo ha cambiado de manos.
No se ha invertido en combatir la pobreza por el mundo. De hecho, ha aumentado el número de gente que pasa hambre.
Se ha invertido en armas, pues no han dejado de proliferar las guerras. Por no hablar de las muestras de poderío militar y las pruebas, las que se cuentan y las que no.
No se ha invertido ese dinero que echamos de menos en igualar la balanza entre los países pobres y los ricos. Al contrario, los que han progresado se han endeudado de forma que pronto estarán pagando en cómodos plazos más de lo que recibieron en su momento de una tacada.
Me da que pensar que el dinero está donde dice la lista de multimillonarios de la revista Forbes. Casi todos occidentales. Y los que no, actúan como fieles servidores. Dejemos los paraísos fiscales aparte, ésos son de todos.
No podemos evitar que Obama y el jeque de turno se den una fiesta mientras el norteamericano conspira para aplastar a los palestinos y el otro financia grupos terroristas (y media Europa esperando a que estallen las guerras para vender armas y luego firmar créditos, construir, acaparar recursos naturales, etc.).
Eso no. Podemos escupirle en la cara si vemos por la calle a un concejal corrupto o a un ex alcalde, como el de mi ciudad, que ejerció de médico sin tener la licenciatura, y que el otro día se paseaba por la calle principal luciendo galas aunque no se sabe de dónde saca ahora el dinero.
Y lo vi, porque alrededor sólo había edificios y, más allá, rascacielos. Y el muy ladrón se hacía pequeñísimo rodeado de torres de cemento y hormigón. Tenía que haberle escupido en su cara dura. Mejor pensado: hice bien. Cualquier día se vuelve a presentar y mis conciudadanos le dan su voto.
Algunos afortunados ganábamos de 1.000 a 1.200 euros, pero siempre era poco. El agravio comparativo se vertía sobre los rumores que se forjan en el imaginario colectivo y que nos hacían sentir minúsculos al lado de esos personajes de traje y corbata que ganaban 3.000 euros al mes. O más.
Al mismo tiempo, nuestras empresas nunca estaban a la altura de nuestra motivación, nuestro esfuerzo, los años de estudio... Y siempre nos enterábamos de alguien que había dado el salto a la competencia, donde se decía que en los descansos jugaban a la videoconsola. Incluso algunos cambiaban de sector profesional sin despeinarse.
De la noche a la mañana, todo eso se acaba. Cada cual se conforma con el empleo que le da de comer y los años en los que algunos buscábamos vuelos baratos para pasar el fin de semana en cualquier punto de Europa parecen de ciencia-ficción. Sí, una de robots pijos.
Que se terminó lo que se daba está claro, pero ¿por qué se empeñan en convencernos de que todo fue una mentira? Vivimos por encima de nuestras posibilidades y no pusimos los pies en el suelo a tiempo. Ya se sabe, allá arriba hay nubes, truenos, rayos y escasa visibilidad.
Y es mentira que fue mentira. Aquello pasó. Yo lo recuerdo muy bien: lo bueno y lo malo. Aquí los únicos que fallaron con alevosía son los mismos que están jodiendo la marrana ahora: los dirigentes políticos y los que manejan las finanzas.
Sin embargo, (me niego a maldecir a la lacra que nos está amargando la vida: luego les votáis y las palabras se las lleva el agujero del retrete) el dinero no se ha volatizado: sólo ha cambiado de manos.
No se ha invertido en combatir la pobreza por el mundo. De hecho, ha aumentado el número de gente que pasa hambre.
Se ha invertido en armas, pues no han dejado de proliferar las guerras. Por no hablar de las muestras de poderío militar y las pruebas, las que se cuentan y las que no.
No se ha invertido ese dinero que echamos de menos en igualar la balanza entre los países pobres y los ricos. Al contrario, los que han progresado se han endeudado de forma que pronto estarán pagando en cómodos plazos más de lo que recibieron en su momento de una tacada.
Me da que pensar que el dinero está donde dice la lista de multimillonarios de la revista Forbes. Casi todos occidentales. Y los que no, actúan como fieles servidores. Dejemos los paraísos fiscales aparte, ésos son de todos.
No podemos evitar que Obama y el jeque de turno se den una fiesta mientras el norteamericano conspira para aplastar a los palestinos y el otro financia grupos terroristas (y media Europa esperando a que estallen las guerras para vender armas y luego firmar créditos, construir, acaparar recursos naturales, etc.).
Eso no. Podemos escupirle en la cara si vemos por la calle a un concejal corrupto o a un ex alcalde, como el de mi ciudad, que ejerció de médico sin tener la licenciatura, y que el otro día se paseaba por la calle principal luciendo galas aunque no se sabe de dónde saca ahora el dinero.
Y lo vi, porque alrededor sólo había edificios y, más allá, rascacielos. Y el muy ladrón se hacía pequeñísimo rodeado de torres de cemento y hormigón. Tenía que haberle escupido en su cara dura. Mejor pensado: hice bien. Cualquier día se vuelve a presentar y mis conciudadanos le dan su voto.
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