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Detente, muerte

Que alguien detenga este desfile interminable de muertos.

Todavía no me hago a la idea de que se hayan ido José Luis Borau, Fernando Fernán Gómez, Santiago Carrillo, y tantos otros que ya empiezo a perder la cuenta.

De golpe y porrazo, Bigas Luna, José Luis Sampedro e incluso una señora que nunca me ha interesado, Sara Montiel, pero que formó parte importante del papel couché durante mi infancia. Además, han muerto Carlos Fuentes, Bebo Baldés y esto ha sucedido cuando todavía no me ha acostumbrado a que nos falten figuras como Paul Newman.

Basta ya de genios que nos abandonan. Los personajes pintorescos, que tampoco se vayan.



Más que nunca los necesitamos.

El señor, que desde Francia, nos enseñó a indignarnos (Stéphane Hessel), no sé cuántos directores de cine imprescindibles (Oshima es el penúltimo), varios escritores... también Margaret Thatcher, odiosa señora, pero superdotada a todas luces. Y el azote de Bush, Hugo Chávez.

¿Dónde se fabrica en estos tiempos a este tipo de gente? ¿Es posible que surjan personajes que hagan de su lucha el único objetivo vital? Supongo que alguno habrá, pero creo que estos tiempos son propicios para que la gente bendecida por la naturaleza se retire a jugar al golf tras unos cuantos triunfos que le solucionan la vida.

No podrán reunirse los Beatles, ni volveré a ver a Gary Moore rasgar la guitarra en directo. Se van todos. Y ya no sé quiénes quedan y quiénes no. No me atrevo a decir si Alfredo Landa sigue vivo, y dudo de que a Adolfo Suárez le quede mucho entre nosotros. Exagero para explicar una verdad: ya no sé a ciencia cierta si volveré a disfrutar de varios de los magos que han hecho de este mundo un lugar menos inhóspito.

Esa ley de vida a la que muchos apelan es, cuando menos, una soberana putada.

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