Cuando una persona conviene en no comunicar nada, puede deberse a dos causas: el ritmo de los acontecimientos en su vida la tienen absolutamente ocupada o, por el contrario, no hay nada que suceda a su alrededor que le parezca digno de mención.
Es, pues, un estado de ánimo, porque siempre se puede decir, y por tanto, escribir algo a propósito de una realidad, un sentimiento, o llevar a cabo la pura creación literaria.
Lo más sencillo del mundo es abrir el periódico y opinar. Hoy en día, acudir a un blog o a una noticia reenviada por Facebook o Twitter es definitivamente más rápido e igual de provechoso (no se sabrá nunca si la noticia es bulo o, en cambio, el bulo es noticia).
La opinión es tan democrática que incluso los que saben sobre los temas que van surgiendo tienen la oportunidad de intentar abrirse un hueco entre el millar de comentarios infundados que pueblan los medios de comunicación y, en conjunto, la gran telaraña mediática.
Por lo demás, destacan casi siempre las tonterías. O los comentarios gratuitos, sin razonar demasiado, sin apenas cotejar, sin ninguna verificación de fuentes, pasándose por el arco triunfal una labor de documentación necesaria. Las opiniones de cada cual porque sí.
Uno no puede hacer nada contra una ola gigantesca en mitad del mar. Y los que salen bien parados saben, en el fondo, que han salvado la vida de milagro.
Por eso, este blog y quien lo escribe se enfrentan cada amanecer a una serie sucesiva de tsunamis, terremotos y erupciones volcánicas desinformativas. Tienen su epicentro en el lugar más inesperado: la radio, la televisión, el periódico gratuito, la página web de moda, el blog comercial que no paga a sus redactores, los tuiteos de los famosos o incluso, faltaría más, las conversaciones de cola de mercado y de barra de bar.
La vanidad infinita de este que escribe (y de otros que hacen lo mismo con más medios y mejor fortuna) logra que de vez en cuando pequeños artículos, algunos mejor fundados que otros, se lancen contra la ola gigante, esperen el río de lava o sucumban con el edificio para pobres que no cumple con los estándares contra terremotos.
Sin embargo, David Navarro, éste al menos, no deja de ser uno. Y este blog, muy pequeñito. Es natural, pues, que de tanto morir gratuitamente, uno prefiera el silencio porque la muerte simbólica en dosis desaforadas produce efectos devastadores en el ánimo.
Por eso, el blog se queda a menudo callado. A veces, cansado; otras ocasiones, las más, cagado de miedo.
Otra cosa es que el autor del blog remara en un proyecto con más personas, entonces alguien se encargaría de abrirse paso y despertar a los demás. O que me diesen una barra de pan por artículo, en cuyo caso escribiría por la comida de cada día.
Si la vanidad mía se correspondiese con un seguimiento masivo, bueno, en ese caso supongo que no dormiría, que estaría todo el rato escribiendo hasta que alguien me llevase hasta uno de esos epicentros y me enseñara cómo enviar olas de quince metros. Imagínate el resto.
Es, pues, un estado de ánimo, porque siempre se puede decir, y por tanto, escribir algo a propósito de una realidad, un sentimiento, o llevar a cabo la pura creación literaria.
Lo más sencillo del mundo es abrir el periódico y opinar. Hoy en día, acudir a un blog o a una noticia reenviada por Facebook o Twitter es definitivamente más rápido e igual de provechoso (no se sabrá nunca si la noticia es bulo o, en cambio, el bulo es noticia).
La opinión es tan democrática que incluso los que saben sobre los temas que van surgiendo tienen la oportunidad de intentar abrirse un hueco entre el millar de comentarios infundados que pueblan los medios de comunicación y, en conjunto, la gran telaraña mediática.
Por lo demás, destacan casi siempre las tonterías. O los comentarios gratuitos, sin razonar demasiado, sin apenas cotejar, sin ninguna verificación de fuentes, pasándose por el arco triunfal una labor de documentación necesaria. Las opiniones de cada cual porque sí.
Uno no puede hacer nada contra una ola gigantesca en mitad del mar. Y los que salen bien parados saben, en el fondo, que han salvado la vida de milagro.
Por eso, este blog y quien lo escribe se enfrentan cada amanecer a una serie sucesiva de tsunamis, terremotos y erupciones volcánicas desinformativas. Tienen su epicentro en el lugar más inesperado: la radio, la televisión, el periódico gratuito, la página web de moda, el blog comercial que no paga a sus redactores, los tuiteos de los famosos o incluso, faltaría más, las conversaciones de cola de mercado y de barra de bar.
La vanidad infinita de este que escribe (y de otros que hacen lo mismo con más medios y mejor fortuna) logra que de vez en cuando pequeños artículos, algunos mejor fundados que otros, se lancen contra la ola gigante, esperen el río de lava o sucumban con el edificio para pobres que no cumple con los estándares contra terremotos.
Sin embargo, David Navarro, éste al menos, no deja de ser uno. Y este blog, muy pequeñito. Es natural, pues, que de tanto morir gratuitamente, uno prefiera el silencio porque la muerte simbólica en dosis desaforadas produce efectos devastadores en el ánimo.
Por eso, el blog se queda a menudo callado. A veces, cansado; otras ocasiones, las más, cagado de miedo.
Otra cosa es que el autor del blog remara en un proyecto con más personas, entonces alguien se encargaría de abrirse paso y despertar a los demás. O que me diesen una barra de pan por artículo, en cuyo caso escribiría por la comida de cada día.
Si la vanidad mía se correspondiese con un seguimiento masivo, bueno, en ese caso supongo que no dormiría, que estaría todo el rato escribiendo hasta que alguien me llevase hasta uno de esos epicentros y me enseñara cómo enviar olas de quince metros. Imagínate el resto.
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