Ir al contenido principal

Cuando las piedras se puedan comer


Piedras que basculan en los aleros del tejado. No saben si caer o quedarse para hundir el techo de tu seguridad más tarde.

Vendrá la lluvia y las mojará. El viento las sacudirá un poco. Bascularán unos milímetros más. Algunas acabarán rodando. Y si caen, no elegirán el lugar ni el objeto del impacto. Simplemente caerán. Y seguirán rodando. O acaso rebotarán hasta hincarse en la tierra.


Un equipo de matemáticos del Gobierno se subirá  a una torre construida para la ocasión. Les inventarán máquinas de precisión extraordinaria y tendrán que llamar a físicos para que extraigan los datos. Y siempre siempre habrá informáticos a mano. Alguien de electricidad subiendo y bajando. El pobre Miguel, que lo arregla todo, que no tiene currículum, también acudirá a todas partes al mismo tiempo.

Las personas sin techo acudirán a presenciar las noticias que generan un par de furgones de la televisión y de la radio. Se pasarán por allí, bajo la lluvia, y no entenderán nada.
A los niños de la casa con el tejado por cuyos aleros bailan las piedras los tendrás engañados: no pasa nada. Todo va perfectamente.

Y tú te lo acabarás creyendo porque la taza de café te habrá despertado para ocuparte en otras cuestiones y, cuando la luz se desvanezca, la de tila, valeriana y otras hierbas te prepararán para aletargarte.

Si las piedras se pudieran comer, entonces mandarías construir una fortificación de setos alrededor de la casa, luego cable de espinas, unas cuantas cámaras junto a torres de iluminación, un guardián en su caseta junto a la puerta automática y, así, los sin techo seguirían pasando invisibles al otro lado del puente de la autopista, porque las piedras sólo existirían en su imaginación.

Quizá en lugar de una torre de matemáticos, físicos, informáticos, ingenieros en general y un manitas sin estudios universitarios plantarías una escalera y el jardinero, que no tiene vértigo porque entonces no comería, bajaría las piedras por ti.

A él le darías un par de las buenas y todas las picadas. El resto sería para tus niños. Y resuelto el problema.

Si las piedras se pudieran comer, la tierra sería más bien llana, así que cualquier repecho podría convertirse, por horas, minutos o días, en el punto más alto de la Tierra.

NOTA: Título plagiado impunemente de uno de los versos de una de las canciones que más he canturreado en mi vida.

Imagen vía Un blog al azar

Comentarios

Entradas populares de este blog

GTA V no es un juego para niños

He sido monaguillo antes que fraile. Es decir, he pasado por una redacción de una revista de videojuegos y desde hace más de cinco años me dedico a la docencia. De hecho, cuando nuestro Gobierno y la molt honorable Generalitat quieran, regresaré a los institutos y me dedicaré, primero, a educar a los alumnos y, en segundo lugar, a enseñarles inglés. Por este orden. Calculo que más de la mitad de mis alumnos de ESO (de 12 a 16 años) juegan a videojuegos con consolas de última generación, esto es, PlayStation 3 y Xbox 360 (dentro de unos meses, esta información quedará obsoleta: hay dos nuevas consolas a la vista). Deduzco, a su vez, que de este alto porcentaje de estudiantes, la mayoría, y no sólo los niños, querrá hacerse con el último título de la saga GTA: la tan esperada quinta parte.

Redescubriendo temas musicales: Jesus to a child

Las canciones que más adentro nos logran tocar son, en ocasiones, las más sencillas. La letra de Jesus to a child descolocará a los que asuman, por desconocimiento, que la belleza de la expresión escrita requiere complejidad. La sintaxis es clara, el vocabulario, sencillo, y la composición en su conjunto constituye una metáfora: el amante sufre la pérdida del ser querido, pero a pesar de la tristeza es capaz de comparar el hallazgo del amor verdadero con la limpieza de corazón con la que Jesucristo amaba a los niños, que son, por antonomasia, los seres humanos más puros que existen. Por este motivo, mucha gente interpreta la letra como una exaltación de los sentimientos nobles y, en realidad, la letra se puede explicar en clave de amistad idealizada o de amor perfecto en cuanto en tanto no deja lugar a la contaminación de otros sentimientos que no tengan que ver con la piedad y el desprendimiento.

Dos grandes pintores para una ciudad pequeña

Una obra de Alguacil que recuerda a Monet. En la calle Pizarro de La Vila Joiosa, probablemente una de las arterias principales de la ciudad (o pueblo, los que me habéis leído sabéis que los uso indistintamente en referencia a mi lugar de nacimiento) hay abierto desde tiempos inmemoriales un taller de un gran pintor: Evaristo Alguacil. Casi sin anunciarse, muchos aficionados a la pintura han insistido hasta recibir sus clases y quién más o quién menos conoce lo más representativo de su trabajo, sobre todo al óleo, principalmente esas marinas tan personales, tan vileras y universales al mismo tiempo. Sin embargo, pocos, en relación a la categoría del artista, conocen bien la obra de Alguacil. Creen que es un señor que repite cuadros sobre las casas de colores representativas de La Vila o se dedica solamente al puerto y sus barcos de pesca. Es cierto, y él lo reconoce, que son parte de su sello personal y la gente aprecia estas pinturas por dos motivos: por su calidad y, además,