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Relectura del fenómeno papal

Minutos antes de la fumata blanca.
Me vienen a la mente muchos asuntos a propósito de la elección del Papa Francisco (de momento no se ponen de acuerdo si hay que llamarle Francisco I o simplemente Francisco, ya que no hay un Francisco II).

La dimisión de Benedicto XVI, en primer lugar. ¿Tan mal está la Iglesia para que el supuesto máximo representante de Dios en la Tierra abandone su más alta responsabilidad? ¿Acaso no es un reflejo de la propia decadencia del Catolicismo? Los nihilistas deben de estar dando saltos de alegría. Les están dando la razón desde el Vaticano. Si el Papa abandona, tal vez sea un reflejo de la ausencia de Dios. Aunque quizá esté sacando el tema de quicio y en el pasado también dimitieran, pero a la fuerza, es decir, por medio del asesinato. Y eso está en la Historia. No es un sacrilegio gratuito.

Segundo asunto. El reto del Papa, dicen los expertos, es arreglar los desaguisados de puertas para adentro. ¿De verdad alguien se cree que el Papa cambia todo el equipo de gobierno a su gusto y controla cada uno de los problemas que van surgiendo en el Vaticano? Más bien, hereda unos gestores que sobreviven a los sucesivos Papas. Además, ¿merece la atención del mundo una institución opaca que sólo deja translucir lo que se conoce a través de las filtraciones? Si se trata de un club cerrado y secretista, que ellos se guisen su palomo y a poder ser que se lo financien.

Tercer tema. Para mí el único que importa a la gente, el único que justifica la repercusión mediática absolutamente atronadora. ¿Cuáles son las prioridades reales del Papa? ¿Para qué nos sirve esta renovación motivos espirituales aparte, en los que no me inmiscuyo porque los respeto y considero que son individuales y no de cariz sectario como veo en los católicos que ondean banderas de sus países o en los jesuitas que ven un triunfo en la elección del argentino?

Dado que el Papa tiene una enorme influencia en el mundo, lo que tiene que hacer, en mi opinión, es repasar el Nuevo Testamento y hacer todo lo posible por hacer extensible a la realidad el mensaje de Jesucristo. Sobran las encíclicas y las circulares. Sólo necesita leerse los Evangelios.

En ese sentido, tendría que dejarse la piel por detener las guerras y acabar con la pobreza. Debería conseguir alejar a los mercaderes del templo y no sé cómo casa este gesto genuinamente cristiano con el gran negocio que es la Iglesia. Otro reto importante, éste sin lugar a dudas, sería lograr que no haya diferencias entre las personas por ningún motivo: ni su sexo, ni su color ni siquiera su credo. ¿Para cuándo una sacerdotisa en una iglesia?

Condenar el capitalismo salvaje, pues el dinero no casa con el mensaje de Cristo, entra dentro de la utopía. Y sin embargo, a Jesús lo apresaron por unas cuantas monedas y, que se sepa, carecía de posesiones y, desde luego, no tenía el propósito de comerciar ni de enriquecerse.

Con estas actuaciones, que ya tienen más de dos mil años de antigüedad, nos podríamos dar por contentos. Sin embargo, podría ir más allá. Por ejemplo, podría promover el sentido común en la Iglesia. Y eso incluye impedir que se propague el SIDA por prohibir el uso del preservativo.

De entrada, si quiere empezar con buen pie, tendrá que condenar alto y claro la dictadura del general Videla con el que se fotografió a placer cuando los golpistas se hicieron con Argentina y sembraron el terror.

Por último, a mí personalmente no me basta con que sea un Papa humilde, que huya de las riquezas (y no me lo creo, pero esto es capítulo aparte), sino que debe de transformar el enorme casino que es el Vaticano y destruir el nido de arribistas y pedófilos que se esconden tras las sotanas por medio mundo.

La Iglesia Católica está en decadencia. Y a sus responsables no debería valerles la justificación de que todo el engranaje espiritual sufre un declive palpable a todas luces. En Sudamérica, por ejemplo, las iglesias protestantes ganan adeptos. Es decir, que en lugar de escuchar a un cura, eligen un pastor.

Personalmente, mi opinión, que es lo que menos importa aquí. En el momento que sepa a ciencia cierta que el Papa Francisco ha impedido el comercio de las armas de algún país o le ha plantado cara a los poderes cuando, llegado el caso, se les ocurre invadir un país por la cara, entonces me haré "franciscano", que no católico.

Comentarios

Andrés ha dicho que…
Estos días no me ha dejado de sorprender el gran seguimiento que las televisiones españolas -incluida la catalana- han hecho del cónclave para elegir al Papa con conexiones en directo -con la pasta que vale pagar el satélite para el directo- cuando no había noticia y demás. Pasa ser un estado supuestamente laico, no está mal. Por no hablar de que todos mis amigos del Facebook se han pasado el día haciendo comentarios sobre Francisco I. Doy por hecho que la mayoría no han pisado una misa salvo en las bodas y bautizos. Como yo. Respecto a tu artículo, el papa debería llamarse Francisco I. Lógicamente no hay Francisco II. Sino, el nuevo Papa sería Francisco III. Con permiso, claro, de Francisco IV. En fin, de perogrullo. Y una cosa: dices que la dimisión de Benedicto XVI habla de cómo está la Iglesia. Me juego contigo una Damm Galicia que si hubieras tenido este blog cuando Juan Pablo II se arrastraba enfermo por medio mundo, balbuceando en el pulpito te hubiera preguntado, ¿cómo estará la Iglesia que no deja dimitir a un Papa moribundo? Un abrazo.
David Navarro ha dicho que…
El seguimiento tiene que ver con el poder de la Iglesia, no lo dudes.
Respecto al asunto de si el Francisco lleva palito o no, ahí creo que te precipitas. Fíjate que estas normas ortográficas no se fijan en castellano, sino que se heredan del nombre que se le da en latín, que en teoría es el nombre oficial: Franciscum en este caso. De modo que si no es Franciscum I, la traducción no puede ser Francesco I ni Francisco I.
Y termino con tu malévolo comentario. Pero antes permíteme una maldad disfrazada de bondad: lectores, Andrés es un pedazo de pan en persona aunque me busque con sus dardos de buen estilista. Yo creo que razonas tan bien tus argumentos que a veces resultas injusto.
¿Qué habría dicho, o, mejor dicho, qué opinaba cuando Juan Pablo II se arrastraba? Que era inhumano, en efecto, pero la Iglesia me convenció de que eran sus reglas de su juego: el Papa lo era por designación divina y no podía dimitir. Yo respeté sus reglas y seguí pensando que era una cruz enorme para un hombre enfermo, pero paradójicamente pensé que tal vez era su máximo anhelo: acabar como un mártir.
Un placer contar con tus comentarios.

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