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Rebelarse es, al final, perder(se) la vida

Precisamente porque rebelarse hasta las últimas consecuencias significa entablar batalla.

Una cosa es quejarse, incluso desarrollar opiniones bien fundadas, y algo muy distinto es luchar contra el orden injusto de la vida.

La vida, en sí misma, no invita a la guerra. Acércate a un campo, siéntate a la vera de un camino. Si te molesta el sol, busca el abrigo de la copa de un árbol. ¿O vas a intentar destruir el astro rey con la mirada? Sí, frunce el ceño, concéntrate y apunta...

¿Y qué hay de las moscas? Puedes matar unas cuantas si te aburres (aunque si son de campo de veras, lo tendrás complicado), pero ¿en serio crees que te puedes librar de todas? ¿Te molestan las piedras del camino? ¿Tienes problemas con la mala hierba? ¿Acaso es el canto de la cigarra una invitación a que hagas callar a todo bicho que zumba?



Te conviene, pues, disfrutar de la tarde en el campo escogiendo bien donde te sientas, con quién, junto a qué, etc. Luego, ya tendrás tiempo de organizar la parte de tierra que te toque: aquí una huerta, la mitad de bonita de lo que te imagines, allá un camino plano (pero con baches), y fuera la mala hierba hasta que vuelva a salir. Obsesiónate con destruirla para siempre y la seguirás hasta el infierno sin necesidad de pasar por el cementerio.

¿Y toda esta alegoría manida sobre el campo y sus peligros qué tiene que ver con la lucha contra eso que llamamos sistema? Significa, ni más ni menos, que no deberías enfrentarte a cuerpo abierto a no ser que quieras perder la cabeza, porque ellos, los tontos o locos que nos gobiernan, inventan las leyes. Lo dice Freddie Mercury en Don't try so hard, bello canto casi budista ("fools" es la palabra que emplea) y lo deja caer Mark Knopfler cuando en su magistral Telegraph Road canta que primero vinieron los abogados y luego, las leyes. Tremenda ironía tras una frase que para muchos habrá pasado desapercibida.

Ahora bien, tampoco se puede ni se debe ir contra la propia naturaleza. Queda la posibilidad infinitamente mejor de construir, que es lo opuesto a destruir, que es la guerra. Cultiva la educación, la solidaridad, la inteligencia crítica, el amor al arte, pero sobre todo a los seres que te rodean y sí, ellos, los tontos o locos que te hacen sentir estúpido, seguirán ganando la batalla, pero no podrán cobrarse la pieza que más te interesa: tu conciencia, o alma, o corazón, o esencia, o como la quieras llamar.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Excelente entrada David... me has hecho pasar un buen rato ;)
David N. Lloret ha dicho que…
Gracias por leerlo. Tengo un grupo selecto de lectoras :-)

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