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Vaciado mental con minimonólogo incluido

Mi superego, contra sí mismo. Siempre pierde ¡el pobrecito!
A veces no encuentro salida a tantos pensamientos. El cerebro no deja de maquinar situaciones y se me plantean historias, pero también reflexiones, que consumen energías de las que no ando sobrado.

Al principio de descubrir que tenía un don y una desgracia, me refiero a mi cuestionable facultad para crear, me sentía muy orgulloso. Sin ánimo de resultar falsamente modesto, ya que en casi todo lo demás resultaba normalucho o insuficiente, al menos me reconfortaba pensar que tenía un espacio en el que destacar: en los pagos de la imaginación.

Si se me entiende mal, que no sea porque no me explico lo suficiente. La necesidad de sobresalir es una rémora que no se acabará de curar nunca, pero está identificada y creo que surge como respuesta a un sentimiento de inferioridad. Además, no creo que se deba a una falta de cariño, sino a una sensibilidad excesiva que muchas de mis amistades podrían cuestionar, porque tal vez los que nos sentimos dolidos solemos llevarnos la contraria a nosotros mismos y adoptar un papel combativo.

Después de todo, mientras no me obceque en eliminar competidores (y en inventármelos previamente), no hay nada malo en intentar mejorarme.

A lo que vamos, al vaciado mental.

Posibles temas de reflexión que espero enviar al matadero sacándolos a la luz:

Las sensaciones de un valenciano en Catalunya. Creo que hay una parte de mí que busca desesperadamente el camino más fácil para escribir algo que tenga una salida comercial, pero no me puedo engañar a mí mismo. No he hecho vida de valenciano en Catalunya. Mucha gente que me conoce ni siquiera supo dónde había nacido hasta meses después de tratarme. No voy a cenas con valencianos que viven en Catalunya. No estoy apuntado a ninguna asociación de valencianos. Ni siquiera sé qué es un valenciano, porque siempre me he considerado vilero (La Vila Joiosa) y creo que tenemos más cosas en común con los de Biar que con los de Valencia capital, que sospecho que, como los de Alicante ciudad, van por libre.

A decir verdad conozco decenas de vileros con los que sólo tengo un punto en común: en apariencia, todos somos humanos. Y sin embargo he sintonizado fácilmente con finlandenses o griegos.

Volviendo al proyecto narrativo del valenciano en Catalunya, también me resulta impúdico acabar escribiendo una bufonada en la que componga un valenciano gilipuertas y facha en una Catalunya dividida entre la facción nacionalista de aquí y la de allá. Yo creo que a algún editor de libros en catalán le atraería la idea, pero que no cuente conmigo a no ser que me saque de pobre.

Ahora, una preocupación, un malestar súbito porque mis padres no supieran ver señales de creatividad en mí cuando niño. Desde los cuatro años, dibujaba monigotes de una calidad razonable y a los seis reproducía de oído canciones con un teclado. ¿Por qué no se fijaron en que tal vez necesitaba aprender dibujo o música para desarrollar unas cualidades innatas? Mi perspectiva entonces era muy estrecha. No tenía ni idea de que a los demás niños les costase tatarear una canción en condiciones ni sabía por qué sólo podían trasladar al papel piruletas en lugar de monigotes con brazos y piernas. Nunca me lo planteé. Tendría que haber sido adulto y niño a la vez, y los padres normalmente han pasado una niñez y saben estas cosas. Sin reproches, pero con pena.

Sant Jordi como supuesto día del año en lo que concierne a la lectura en Catalunya. Mentira. Es una fecha muy importante para los libreros porque todo el mundo, máxime los que no leen nada el resto del año, se siente obligado a regalar un libro. Pero en realidad resulta una jornada dramática, porque detrás del mercantilismo hay poca cosa. El día de autos se me pusieron los pelos como escarpias cuando vi a Ignacio Martínez de Pisón en el tenderete de firmas de una librería hablando con los de al lado porque nadie se acercaba a pedirle una dedicatoria. Sin embargo, a una monja independentista le crecía la cola (de fans) por momentos. Eso sí, las calles a reventar, y las librerías desbordadas. A muchos compradores se les veía tan perdidos como a mí en una verdulería. "¿Y qué le compro yo a mi marido si se le cae el libro de las manos a las diez páginas?", se quejaba una señora el día 22 de abril en una cola kilométrica en la Casa del Libro.

Lo de Pisón no resulta una novedad si echo la vista atrás y recuerdo al gran Amin Maalouf aburrido sin lectores a los que tratar y al gran Manolo García, que no es escritor (y creo que entenderá la injusta comparación), con una avalancha de seguidores dispuestos a pasar por caja a propósito de un libro que mostraba parte de sus cuadros. Cuando, además, el creador de Mortadelo firma cien veces más que autores como Javier Marías o Donna Leon, cada cual en su parcela literaria, el drama se transforma en tragedia.

Por otra parte, Sant Jordi ni siquiera es día festivo en Catalunya. Los autores firman de 10 a 20 horas y se van al anochecer con sus editores y amiguetes a la fiesta de turno, o al hotel, o a su puñetera casa. Durante toda la jornada el tráfico sigue estando abierto, excepto si el 23 de abril cae en fin de semana. No hay grandes propuestas culturales los días anteriores. En fin, nada que se le parezca a la Feria del libro de Madrid.

------------------PARÉNTESIS DE PRETENDIDA DIMENSIÓN HUMORÍSTICA-------------------

Otra reflexión menos profunda: ¿por qué los nórdicos, los hombres, rejuvenecen a partir de los cincuenta mientras que a ellas les sucede lo contrario? Menudo cambio de papeles. A los veinte, ellos suelen tener cara de melón con paperas y ellas rivalizan con Afrodita. ¿Qué ha pasado en ese lapso de tres décadas?

Y ya puestos, ¿por qué los ucranianos resultan tan pintorescos (iba a decir feos, pero no estoy para insultos de este tipo) mientras que a las ucranianas les parece haber tocado la belleza por castigo? ¿Hay también un intercambio estético en la madurez? Lo dudo. Básicamente se trata de un asunto de proporciones. Las cabezas no crecen con los años. Al contrario, suelen aumentar de volumen los cuerpos. Si con veinte años, un ucraniano tiene la cabecita casi la mitad de pequeña de lo que establecen los cánones de belleza clásica, ¿qué puede pasar si engorda treinta kilos?

Y sigo con esta estúpida reflexión: ¿por qué las chicas más guapas salen con chicos que, según lo que observo en los anuncios y las películas, son rematadamente feos? ¿Por qué, además, tengo casi siempre la sensación de que me caerían mal? Personalmente, no soporto a la gente que va por la vida como si le persiguiese una cámara, sin mirar atrás, hablando a gritos, riendo a carcajada limpia, etc. Van sobrados y aunque a menudo estas mujeres tan guapas distan mucho de ser espiritualmente bellas, confieso que confío más en la sensibilidad femenina que en la masculina.

Hablando de cabezas, no acabo de entender cómo cabe la misma masa encefálica en cabecitas tan pequeñas teniendo en cuenta los cabezones que me encuentro cada vez que voy al cine.

Creo que estas personas que lucen el pelo a lo afro sobre sus mayúsculas cabezas tienen todo el derecho a parecerse a personajes de cómic, pero tendrían que tener el acceso restringido a cualquier acto público en el que no se sienten en la fila de atrás.

Si el cabezón, para colmo, se pone unos auriculares como la Catedral de Burgos para escuchar música en el metro, ¿qué opción tenemos los discretos de que alguien repare en nosotros? Creo, sin miedo a equivocarme, que si yo me pusiera un sombrero mexicano cada vez que salgo a la calle me acabarían por impedir el paso a no pocos lugares. ¿Acaso no habría que tomar medidas contra los cabezones con el pelo a lo afro y auriculares de casco grueso?

---------------------FIN DEL MINIMONÓLOGO--------------------------------------------------------------


Ahora me tocaría el turno de desvelar las ideas seudoliterarias que darían para proyectos y que creo que son pura morralla, pero me acaba de pasar algo muy extraño. De repente, no quiero revelar ni una coma. Me siento receloso de compartir esta información. La realidad es que he visto materializados en forma de libro dos proyectos que incluso llegué a registrar en su momento. Son propuestas distintas a las que yo emprendí en su día, pero el germen de la idea estaba ahí. No, por supuesto que no me creo víctima de una conspiración, pero de alguna manera otros escritores llegaron a interesarse por lo mismo que yo y, aquí viene la moraleja, ellos llegaron a la meta porque echaron para adelante. Yo no. Ya va llegando la hora de prepararme para las maratones serias y dejarme de pasacalles.

Anyway the wind flows...

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