Eran pasadas las seis.
Del sol, ni rastro. Las nubes negras.
A las seis en punto,
un teléfono mudo, la fe en el pasado
aún despierta.
La soledad me susurra al oído
que no vendrá mi amigo
a las seis y media.
Miedo al eterno silencio
de las esperas huecas
a las seis pasadas.
Casi dos veces y media.
Recuerdos de una vieja amistad
que amarillean en un sorbo amargo.
El reloj cabalga hacia la siete
Y me apuro el segundo café frío.
Las caras de los solitarios asoman
por las ventanas del bar semivacío
y me llaman a vagar con ellos.
¡Qué lejos están las seis de la tarde!
Mi esperanza en la amistad
es un tajo en el reloj en el centro de su vientre.
NOTA: Mi amigo JJ no cometió más crimen que no llamarme y yo le esperé por voluntad propia en el café y, en lugar de escribir lo que tenía pendiente, intenté parodiar una de las obras maestras de García Lorca: Llanto por la muerte de Ignacio Mejías.
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