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Esperanza Aguirre y otros motivos para incendiar España


Algunas payasadas de la realidad superan cualquier MarioKart.
Una ex ministra y ex presidente de la comunidad autónoma más poderosa de un país, Madrid, y que crea que puede desafiar a la autoridad policial y se fugue tras cometer una infracción de tráfico y tumbar la moto de un agente... Los españoles pensábamos que esto sólo ocurría en los países que mirábamos por encima del hombro.

Atrás quedaron los dorados años en los que nos compadecíamos de los pobres sudamericanos. Nuestros hermanitos pobres. La España imperial todavía se creía con la catadura moral para observar las corruptelas de Italia como si se tratara de un espectáculo dantesco. Y en Europa del Este, lo mismo, pero sin Martinis ni veleros por el Mediterráneo. Lejos quedan los años de pan y circo en que nos convencieron de que España era el modelo del país desarrollado: buena comida, buen clima, el paraíso del bienestar social, un Estado de derecho comme il faut, Universidad casi gratuita para todos, trabajos de proyección internacional, etc., etc.

Qué dura es la realidad. Porque la verdad es que España es y siempre será, si no se imponen medidas urgentes (entre ellas, una plaga bíblica contra todos los cargos políticos y los magnates financieros del país), un nido de ratas corruptas, a cuál más bigotuda o emperifollada.



¿Y qué esperábamos saliendo de una dictadura de casi cuarenta años? Un régimen totalitario que, no lo olvidemos, mutó en una monarquía parlamentaria impuesta para no enfadar a la extrema derecha que no suelta el poder desde hace siglos.

¡Siglos! Sí, he dicho "siglos". Probablemente esta extrema derecha que gobierna con guante de hierro España está aquí desde antes de que naciera Karl Marx.

Los españoles, los que lo son de corazón y los que sólo lo son por accidente o por imperativo legal, ven con acongojante impotencia cómo los poderosos transgreden las normas éticas y las normas civiles y penales sin rendir tributo alguno a cambio.

Es una constante ya no sólo antidemocrática e injusta, sino que constituye un golpe mortífero a la moral del ciudadano que pasa bajo palio legal y, además, un acicate sobresaliente para los delincuentes. ¿Si ellos no cumplen, por qué nosotros? Y, del mismo modo, ¿si ellos lo hacen, por qué no podemos delinquir los demás?
Aquí hace tiempo que nos reímos por no llorar.

La gran avalancha globalizadora, por bien del consumismo, ha creado la fantasía de que todos somos iguales. Pero es una falacia absoluta.

Consumimos las mismas tonterías de Apple, conducimos un Audi (no el mismo exactamente, uno pequeñito, pero Audi al fin y al cabo) y vamos a los mismos centros comerciales. Sin embargo, hacer y pensar lo mismo se confunde con conseguir la equidad social.

Si alguien no lo entiende, le ayudamos con esta imagen: sitúate en un cuartel militar. Todos los militares van uniformados. La mayoría visten del mismo color. Incluso puede ser que calcen exactamente el mismo modelo de botas. Diría, no lo sé, que los fusiles funcionan del mismo modo y son, básicamente, réplicas exactas los unos de los otros. En cambio, si te fijas bien... distinguirás galones diferentes en algunos oficiales. Es probable que incluso los uniformes cambien ligeramente. Seguro que apreciarás el talle y la calidad de lo que visten los gerifaltes en detrimento de la ropa anodina que llevan los soldados. De todas maneras, a simple vista y en conjunto, todos parecen formar parte de un mismo grupo.

Ahora, divide tu imagen mental en dos. A la izquierda, un teniente va a dormir a su habitación. No te parece una maravilla, pero cuando ves la litera del soldado raso a la derecha y te pones en su piel harías lo posible por conseguir un dormitorio como el de la izquierda. Elimina esta imagen partida. Vamos a ver dónde vive un general. Mejor aún: imagínatelo. Yo también veo una casa enorme unifamiliar con jardín. Ahora rebobina: el general del batín de marca es el mismo personaje que viste en el cuartel con su uniforme de campaña, bebiendo el mismo café aguado que los demás soldaditos. Pero, a la vista está, que no todos los que viven en el cuartel son iguales. Lo accesorio y público se asemeja, pero a la que profundizas descubrirás que lo que en unos son privilegios en otros son sueños que no se van a cumplir.

Siempre hay una imagen pública que salvaguardar.
Creo que este ejemplo ilustra bastante bien el tipo de acuartelamiento y adocenamiento general que se está dando en las sociedades occidentales (en otras tienen problemas mucho más graves, de esto no me cabe la menor duda).

Disculpa que hable de lo que conozco y del lugar donde vivo aunque dé la sensación de que, desde nuestro sillón orejero, nos quejamos de puro vicio. En el fondo, tenemos comida, un techo (casi todos de alquiler o compartido a la fuerza) y me gustaría decir que trabajo, pero un cuarto de la población activa está sin empleo y. dado que se está recortando lo imposible en educación, sanidad y servicios sociales, no tendría por qué avistarse un futuro halagüeño.

Es un hecho que los casos de corrupción de alto nivel se acumulan en las carpetas de los magistrados y que cada día los diarios destapan más y más metros de una madeja nauseabunda que va implicando a cada vez más individuos.

Ahora mismo el verdadero peligro que se cierne sobre la instrucción de los casos de corrupción es que cada delito deriva en otros más y así sucesivamente, por lo que los juzgados no dan abasto para analizar toda la información antes de que los delitos prescriban. Parece una humorada o una broma de mal gusto, pero es así. ¡No hay suficiente personal para tanta prueba en contra de los corruptos!

Todos los políticos influyentes de España están implicados en casos graves que atentan contra la cosa pública. Y si no lo están, son razonablemente sospechosos.

Puede que la clase trabajadora (que sí existe, porque siempre ha estado ahí) haya puesto sus miras en llevar un nivel de vida lo más semejante posible al del rico del barrio alto y que en el fondo sepa que se está hipotecando laboral y económicamente para tapar una mentira, pero, en general, esta gente está preparada para discernir lo justo de lo injusto y sabe que le están timando.

Queda claro que el enanito lo dejó atado y bien atado.
Si la ultraderecha lleva desde el inicio en 1978 de esta seudodemocracia, continuismo del Franquismo, amenazando con el ruido de sables, que es un eufemismo de otra Guerra Civil, la gran masa social de este país está más que harta. Y esto no es una amenaza, sino una realidad. Nadie en su sano juicio, o al menos nadie que tiene una familia y trabaja para subsistir, desea una guerra. Además, qué cojones... La gente no es consciente de que tiene la sartén por el mango. De lo contrario, otro gallo nos cantaría.

El pueblo es soberano y al final, tarde o temprano, se hará justicia. O eso quiero creer. No hace falta ser Nostradamus para anticipar una revolución social en España y un cambio de tercio que debe de pasar por el final de la monarquía y del sistema bipartidista. Lo contrario es más de lo mismo y el pueblo sólo lo soportará si lo sobornan con otra década de falso bienestar económico. Si sucede mi segunda hipótesis, menos dará una piedra, pero el problema quedará sin resolver.


Gracias a este blog por el material gráfico seleccionado de entre tanta broma relacionada con el increíble delito de Esperanza Aguirre con fuga incluida.

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