Antes, me refiero a muchos años antes, la Humanidad tenía un grave problema: había opiniones que se convertían en dogmas y, por tanto, todo aquel que pensara diferente era un infiel o un cretino.
Hace siglo y medio, más o menos, algunos intelectuales empezaron a rebelarse contra este sistema de castas. Unos desterraron el poder despótico de los señores feudales (en ocasiones para sustituirlos por otros déspotas, por ejemplo los burgueses), otros sacrificaron a sus congéneres intelectuales negando la importancia capital del saber y de la ciencia y algunos negaron la validez de las religiones. Unos por otros, allá por el siglo XX se empezó a universalizar la idea del relativismo.
Supongo que el relativismo nació como vacuna contra los abusos de los dictadores y de las supersticiones y dogmas religiosos. Sin embargo, este primer relativismo se devoró a sí mismo y cuando alcanzó a la ética se convirtió en un agujero negro imparable. Si todo, absolutamente todo, es relativo y no ponemos ningún límite ético, aunque sea negociable (no estático), prevalece el libre albedrío, pero también la anarquía, el nihilismo y, en malas manos, el capricho y, al final, la dictadura otra vez.
Como todo vale, es habitual encontrar informaciones totalmente contrarias en un mismo medio de información. A un señor se le ocurre inventarse una dieta que se supone que permite consumir todas las proteínas que quieras, algo que aparentemente es un disparate, pero con una buena campaña de marketing y el silencio y el aval de un par de prestigiosos nutricionistas y dietistas de alguna universidad... ¡Adelante con la dieta Dukan!
Cuando cientos de miles de personas han caído en la trampa entonces se le da voz a los especialistas que dicen que esa dieta es una barbaridad. Demasiado tarde. ¿No se habían dado cuenta antes, no les dejaban hablar o es que les convenía que se multiplicara el número de obesos?
Si uno se mueve por medios de información más independientes, habida cuenta del desprestigio de los canales de comunicación convencionales, pasa exactamente lo mismo. Un día te tratan de convencer de que es mejor ser vegetariano. Al otro día, varios autodenominados especialistas en nutrición rectifican a los anteriores: vegano, hay que ser vegano. Y un día los informes contrastadísimos de los especialistas (o no) te aclaran que lo importante de verdad es no consumir alimentos cocinados, que es por culpa de cocinarlos que existen enfermedades como el cáncer.
Sin ir más lejos, por temporadas va muy bien consumir muchos huevos a la semana. Pero hay años, los impares, en los que se tacha de irresponsable al que coma más de dos en siete días. Lo mismo ocurre con los lácteos, el aceite de girasol, etc.
Como todo vale, nada es fiable. Como filosofía de vida está bien si vives en un monasterio del Tibet con una sotana puesta, la cabeza rapada, tu huertecito y poco más. Como no llevas zapatos, no ensucias el suelo apenas. Como duermes en el suelo, no tienes que hacer la cama. Y si no ves la tele ni trasnochas ni cocinas alimentos, ¿para qué quieres la electricidad? El teléfono también sombra. Y no digamos Internet.
Por desgracia, la mayoría de gente vivimos en una telaraña urbana y necesitamos depositar nuestra confianza en muchos profesionales, entre ellos los médicos y farmacéuticos. Sin embargo, como todo vale, es imposible fiarse cien por cien de uno de estos trabajadores si no los conocemos bien. Y normalmente uno no se toma una cerveza con el señor que regenta la farmacia del barrio a no ser que haya una amistad anterior. Por eso, porque no lo conocemos bien, nos tragamos sus consejos sobre la homeopatía: estas pastillitas, que básicamente son manzanilla con azúcar, van muy bien para el colesterol. Y las tiene anunciadas por todas partes (piensas, con ese capital detrás debe de ser una empresa seria). Ahora acaban de surgir varios estudios médicos que dicen que la homeopatía es un timo y, de repente, desaparecen los anuncios de la farmacia. Sin embargo, venden cremas para prevenir las arrugas de baba de caracol hasta que se ponga de moda la de piel de caballito de mar.
Pasa lo mismo con los meteorólogos: no dan una, y cada día conservan su puesto de trabajo. Jamás dudan en sus pronósticos. Eso ni hablar. Mañana cojan sus paraguas y no vayan por las zonas de montaña, te advierten. Al día siguiente sale un sol radiante. Y el mismo tipo por la noche ni se disculpa. Te vuelve a pronosticar el tiempo y te condiciona tus planes para el día siguiente, o toda la semana que viene.
Un debate entre dos líderes politicos: usted miente. No, responde el otro, el que miente es usted. La moderadora se calla. Ellos discuten, incluso presentan gráficas que en teoría respalda sus teorías. Pues bien, los dos se acusan de mentir. Sin embargo, nos moriremos sin saber quién mentía más. La mentira, de hecho, entra y sale del código penal según las circunstancias. Que un presidente de gobierno mienta en televisión, ante millones de espectadores, por lo visto, es completamente legal.
Como todo vale, pues, el zumo de naranja, según un estudio científico reciente, ya no sirve para los catarros. O sea, que lo de la vitamina C era un camelo como lo fue lo de las espinacas de Popeye o el aceite de ricino que hacían tragar a nuestros abuelos. Seguramente la alternativa que propongan los nuevos informes será descartada en un nuevo estudio el año que viene. Y no pasará nada.
A mí me parece que se han confundido los términos. Quizá todo valga en el mundo del arte: nadie tiene la verdad absoluta sobre si un libro es bueno o malo, o si la pintura de un artista merece la pena o no. Al mismo tiempo, creo en la libertad de expresión. Sin embargo, también considero que hay límites éticos indiscutibles. Por ejemplo, mentir a sabiendas de que no es verdad lo que aseguras puede ser muy grave según las consecuencias. También considero que si ejerces la libertad de expresión y te equivocas en un pronóstico o alguien te demuestra que estabas equivocado, lo mínimo es admitirlo y pedir disculpas.
Pero a los que mueven los hilos, que son cuatro pero tienen cogidos por la nómina a miles de personas brillantes sin escrúpulos ni valores éticos sólidos, les conviene que todo valga. De lo contrario, se esforzarían en encauzar el sinsentido de una era digital, el milagro de la comunicación sin fronteras, en la que se cuelan las mentiras más perniciosas, los fallos imperdonables entre las propuestas valiosas y sinceras, que según quien las predique se quedarán sepultadas por el ruido de muchos.
A mí me produce un cansancio atroz seguir la información diaria. Ya no sé si debo de atiborrarme de chuletas de cordero o comer saltamontes crudos. Cada vez tengo más dudas de que en España haya una democracia y en Cuba una dictadura, o mejor dicho, que la democracia parlamentaria sea tan beneficiosa para los ciudadanos y una dictadura comunista tan pernicioss. ¿Sufren los toros cuando el picador entra en la plaza? El que sufre soy yo, que sé que a poco de rebuscar sobre el tema encontraré tantos argumentos en una dirección como en la otra. Sobre todo cuando sé que es absurdo preguntarse según qué cuestiones. ¿Cómo no va a sufrir un animal cuando se le clava un palo con punta? Estamos absolutamente idiotizados, y los que no lo están... al tiempo. Mejor no iré a un monasterio budista, porque igual me encuentro a los monjes viendo Gran Hermano y me nominan por no ir a la moda.
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