El amor incondicional es un invento que, no por viejo, deja
de sorprendernos.
Es quizá el motor que más guerras, lágrimas, milagros y
sueños ha desatado en el mundo. En los últimos doscientos años también ha generado páginas de literatura, buena y mala, metros de celuloide, duelos, celos, violencia, lágrimas y demasiado dramatismo para tratarse de un mero reflejo.
En realidad, un amor sin condiciones no existe más que en nuestras mentes.
Lo más parecido al verdadero amor tiene que desarrollarse de la propia
estima. Y, es claro, un estado mental. Por tanto, fugaz, subjetivo, momentáneo... Quien se halla en paz consigo mismo,
quiere transmitir paz. El que se ama, ama, hasta que deja de amarse. Y hay poco más que explicar.
Lo que ocurre es que lo complicamos para darle misterio a la vida, que es vivir propiamente. Lo ignoto: el misterio, la ilusión, el ensueño, la incerteza y
sus reversos tenebrosos, el temor, la duda, etc. constituyen el otro motor importante para ponerse en movimiento.
El primero, el del amor, hace sentir; el segundo, el del
misterio, hace camino y da alas para emprender el vuelo. O, al menos, caminar,
como dijo el poeta.
No hay otro amor igual al de una madre. Ése es el amor más parecido al incondicional. Sin ser un amor perfecto, es lo que más se le parece. Los
demás son sucedáneos. El del padre, con sus aires de grandeza, con su
proyección egocéntrica, es una mala copia del amor materno, que también proyecta el ansia de amar la vida de la madre.
La madre tiene miedo, porque sospecha que no hay nada real.
El padre ama porque es más práctico para sobrevivir.
El amor de la pareja es sombra de los anteriores. Lo tiene
difícil el enamorado del amor: siempre será un infeliz. Lo tiene complicado,
pero no imposible, el que pretenda que su compañera o compañero lo quiera con
todas sus fuerzas en todo momento, porque si esa persona no se quiere a sí misma de verdad acabará desfalleciendo y casi nadie logra un equilibrio similar por mucho tiempo.
Quien jura amor eterno, puede declararse inocente mientras devora a su propio hijo.
Para amar hay que desear vivir con todas las fuerzas, pero
sin obligarse, por instinto, y para eso es necesario haberse empañado del amor
de madre o de lo más parecido a esta idea que, por universal, no hace falta explicar demasiado. Está en la naturaleza y es el único amor innato entre los seres vivos después del instinto de supervivencia. ¿O acaso los leones recitan a Neruda recostados en la hierba mientras las hembras cuidan de sus cachorros?
En los seres humanos, la inteligencia nos hace malas pasadas. El yo siempre ronda en la tenebrosa duda y siembra sus afilados pinchos que marchitan la flor de la rosa, pues no todo es flor ni siquiera en una flor.
Más que caducar o no, al amor de pareja hay que insuflarle
vida, porque en no existiendo es necesario inventarlo cada día y pintarle las
alas, incluso las nubes de un cielo que no es de verdad, pero es necesario como
la ilusión y el miedo.
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