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El relato que se zampa la prosa

Llegará el día en que la integridad de un iPad o la tapicería de un coche convoque más manifestantes que el desempleo masivo, los recortes en educación, sanidad y políticas sociales, la implantación de leyes retrógradas, las subidas de impuestos directos e indirectos y todo cuanto nos es imposible dejar de imaginar gracias a las noticias de los últimos años.

Sucederá así. Un grupo de jóvenes se echará a la calle un día de lluvia, a poder ser sábado por la mañana, ni muy pronto ni muy tarde, para reivindicar su derecho a abortar. Los policías de turno, o mossos o guardias civiles, etc., serán asignados a sus puestos por una especie de ordenador que determina el instrumento de represión según el supuesto peligro.

La lluvia y los antecedentes pacíficos de las manifestantes determinarán que vayan un par de coches de policía y un furgón de los grandes, una lechera, completamente vacío, pero suficiente para intimidar. A pesar del mal tiempo y del supuesto pacifismo de las mujeres proabortistas, la cosa se desmadrará y, de pronto, entre algarada y algarada, un poco de pintura por allí, una papelera ardiendo por allá, y algún policía se pondrá nervioso.

 Superior, hay que actuar. Entonces, a los cuatro policías allí presentes se les unirán dos furgones completitos de agentes. Pero vendrán tarde, porque en un día lluvioso y, dada la agenda del día, no se preveía más que una aburrida mañana de juegos de cartas o de gimnasio para los antidisturbios que, en sus ratos de ocio, compiten para tener un cuerpo más hercúleo.

Para cuando vengan los antidisturbios, la plaza será ya un hervidero de mujeres enfadadas (algún hombre también) y personas que pasan por allí, o se acercan para curiosear.

El jefe del escuadrón, nada más salir de la furgoneta, mandará una carga, con pelotazos al aire y propondrá que cojan a una chica, la que más guerra dé. Enseguida formarán con sus uniformes que asustarían a Atila, pero como ya es hora de comer, y muchas de las mujeres tienen por costumbre comer a las dos, no sabrán si los primeros escopetazos al aire son los que provocan la estampida general o se trata de desplante normal a una hora punta. Los policías encargados de capturar a un cabeza de turco lo tendrán, pues, magro para distinguir manifestantes de otras personas que pasan por allí.

Entonces, un muchacho de los que busca ir a la moda, con el aspecto desarrapado y esa ropa carísima que suele venir rota y descolorida de fábrica, se pondrá a tiro de los policías que ya tienen las esposas preparadas y, la verdad, preferirían no enfrentarse a una mujer por si alguien los saca en vídeo o algún periodista les hace una foto.

De esta manera, pillan al incauto, que es diseñador web y experto en redes sociales. De resultas de la contundente detención, su Ipad cae al suelo. Por eso, se revuelve enfadado y uno de los dos agentes le provoca una contusión en el hombro a porrazo limpio.

Se lo llevan, pues, para el furgón, pero el jefe del escuadrón dice que no, que para un solo detenido no van a pasar por comisaría, que se lo lleven en un coche y listos (a todo esto, un listillo se lleva del iPad con la pantalla rota).

Ya esposado, apaleado y confuso, el chico termina tirado en el asiento trasero de un coche patrulla algo viejo. Como resultas del empujón con el que lo meten, el ya apaleado espinazo del chaval termina dañado, pero el dolor sólo le sobreviene cuando lleva diez minutos en el coche. De los nervios, además, le sale una serie de sarpullidos en el antebrazo derecho, que más tarde, Gerard, el detenido, achacará a la suciedad del asiento.

Una vez en el hospital, a Gerard le tratan de un dolor tremendo de lumbago. Los moratones, según el sargento, ya estaban allí cuando le detuvieron, así que en el parte de daños del chaval sólo constan los sarpullidos y el lumbago.

A los pocos días de salir del calabozo sin cargos, Gerard, bien asesorado por un amigo de su padre, denuncia a la policía por haberle vejado transportándolo en un asiento de coche en mal estado que le provocó una alergia y una lumbalgia. Asimismo, emprende una campaña vía Facebook.

La noticia de la denuncia de un ciudadano ultrajado inunda los espacios de televisión y de radio. Apenas, una nota en los diarios el primer día, pero al domingo siguiente ya le dedican varios reportajes en sus suplementos interminables.

A los diez días de la manifestación de las mujeres que defendían su derecho a elegir si tener o no a sus bebés, en la que apenas participaron sesenta y siete individuos, se convoca otra en la misma plaza para denunciar el abuso policial al que se sometió a Gerard en un coche inmundo.

Esta vez hay entre quinientas y cuatro mil personas, dependiendo de quién cuente. Se producen varias detenciones y los antidisturbios reparten alrededor de mil doscientos porrazos. En total, se lanzan ciento cuatro pelotas de goma. Dos policías resultan heridos con contusiones leves. Se desconoce el número de heridos entre los civiles así como su pronóstico.

Para la semana siguiente, también domingo a las doce, y con la doble finalidad de que nadie se quede en la cama y los padres puedan acudir con su hijos, se ha convocado otra manifestación en el mismo lugar. Asegura la plataforma Somos personas que el objetivo es condenar la brutalidad policial. En el mismo folio, pero eso ya no lo leen los reporteros, se dice algo sobre los derechos sociales y otros asuntos que no da tiempo a explicar en las breves conexiones de un minuto.


El artículo, suscrito por Gerard y la mencionada plataforma, ha corrido de usuario en usuario por la Red hasta que se ha quedado en un par de frases. Las quejas de numerosos internautas que opinaban que era demasiado largo para leerse en un dispositivo móvil han surtido efecto, de manera que la proclama inicial, de 532 palabras, ha ido menguando progresivamente hasta quedarse en doce palabras significativas: basta ya de abusar del pueblo. Contra la represión policial, cultura ciudadana.

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