El mundo se vuelve materialista cuando se pierde la
perspectiva entre el valor aproximado de un objeto y su coste real.
Cuando se habla de ayudas al sistema bancario de miles de
millones de euros, cuando se pujan millones por jugadores de fútbol, cada año
una decena más por el crack de moda, y cuando uno no sabe que la camiseta que
lleva cuesta en realidad 10 euros y ha pagado casi 90, porque es la versión
oficial.
Sucede también cuando un restaurante de lujo cierra sus
puertas porque aseguran no poder afrontar la crisis sin mantener los precios
que, juran y perjuran, son necesarios para dar un buen servicio, aunque te
sirvan una lubina que hemos visto en el mercado por la mañana y sepamos su
precio exacto y sumándole a la lubina, el foie de pato y las anchoas del
cantábrico más los champiñones y la tarta de queso a nosotros nos salga una
cantidad muy inferior a 150 euros aunque nos asignemos un generoso sueldo
simbólico, aun tirando de imaginación.
Se es materialista, porque el mundo nos hace así, o porque
queremos integrarnos en él para ser felices (otro debate), cuando
paradójicamente los voluntarios de un pueblo donde se estrella un tren
descarrilado, en lugar de pasar la noche mirando desde algún otero en busca del
morbo, o viendo la tele, o haciendo el amor, o tomando una copa, deciden
arriesgar su vida, pasar la noche en vela, y mancharse con la sangre de los
accidentados y ver cadáveres y llevar sus colchones y sus mantas para que los
heridos no acaben peor parados o los muertos puedan ser trasladados con
dignidad.
Y somos materialistas, porque la paradoja no está en el lado
humano, que casi siempre subsiste, sino porque estas personas han realizado una
labor cuyo coste, según el materialismo, es astronómicamente superior a
cualquier cifra que podamos imaginar. Así, les debería caer un millón de euros
a cada uno que ha salvado una vida y medio millón a los que han rescatado un
cuerpo sin vida, y quizá cien millones a los que han entrado en un vagón
rompiendo los cristales sin saber si aquello iba a estallar o qué se iban a
encontrar dentro.
Lo mismo podría aplicarse a los voluntarios que luchan
contra los incendios. En ese caso, un herido podría cobrar cien veces lo que
percibe Messi por un anuncio, o Iniesta, o Casillas o Tiger Woods, o la tía
buena de L’Oreal.
Hay gente que colabora en ONG sin percibir un céntimo, que
trata de enseñar valores a los niños en grupos de convivencia, médicos que se
van a países donde puede estallar una guerra hoy o mañana, personas que se
niegan a firmar el papel que pretende quitarse de encima una narcosala para
pasarle el muerto a otro barrio, e incluso hay gente que se gana la vida con un
sueldo en hospitales, geriátricos, etc.
Los que no ganan ni un céntimo, ¿se van a casa igual de
pobres porque al vivir en un sistema materialista, nos resulta imposible
calcular el valor de su trabajo? O una enfermera, ¿tendrá problemas para llegar
a fin de mes porque debería cobrar cinco veces más que el consejero de una gran
empresa, pero reconocerlo sería quebrar los principios del materialismo?
¿Es defecto del materialismo o una perversión provocada por
el propio sistema que logra que lo que genera dinero, sea del género que sea,
se premie, y lo que genera bienestar, salud, cultura y felicidad sólo sea
recompensado cuando se asocia a grandes entidades, grandes nombres que a su vez
generan beneficios económicos que van a parar a las acciones de grandes
fortunas?
Si es así, ¿no estamos yendo contra nosotros mismos? La
persona que se deprime y se intenta suicidar, ¿acaso no se vuelve su peor
enemiga? ¿Y la que traiciona sus valores?
¿Y qué ocurre si no en un mundo que ensalza únicamente al
chef que da peras vaporizadas al precio de oro y distribuye bocadillos de pan
duro con chorizo del malo a las personas que se pasan toda la noche sin dormir
entre cadáveres mutilados y atendiendo a heridos sin saber muy bien cómo
componérselas?
La revolución necesaria es tan profunda que me temo que
nadie aún ha podido imaginársela. Y, si ignorante, es verdad que existe la
teoría, desde luego, no ha podido ser explicada. En el caso de que se entienda,
estoy seguro, además, que se archivará en forma de “otra conspiranoia más de
los creadores de los que dicen que lo de Wikileaks es un montaje o que los judíos
no fueron a trabajar el 11S, o que ETA montó lo del 11M, a pesar de que Aznar ha
sido el mejor presidente de la historia de España, o como aseguran César Vidal
y Pío Moa, que Franco era un rebelde del pueblo, que se alzó en armas contra la
ilegalidad de un régimen que vulneraba los derechos de los españoles, o que
Clinton calla todo lo que sabe sobre extraterrestres del Area 51 porque ha
quedado impresionado, o que las camisetas oficiales del Barça y Real Madrid
resisten mucho más que las réplicas de Tailandia, a 20 euros en páginas de
Internet, o que Jesucristo murió en Cachemira, o que no pudo tener hermanos,
que eran primos, o que las bombas nucleares de Hiroshima o Nagasaki dieron la
paz al mundo, o que Obama es la esperanza (que nunca veremos cumplida) del
final del imperialismo norteamericano, o que Afganistán era un país peligroso
que había que invadir, pero Siria es distinto; o que existe un lobby homosexual; o que
el Vaticano no tiene mácula porque lo fundó San Pedro; o que el Vaticano
encierra en sus archivos secretos la verdad de TODO; o que los nazis eran cuatro
locos cautivados por el esoterismo, aunque también hay quien asegura que es
normal que tras las duras sanciones impuestas a los germanos al final de la I
Guerra Mundial todos se volvieran nazis; o que las Olimpiadas otorgadas a China
fueron un premio a sus esfuerzos democráticos; o que China es el gran peligro que
duerme en forma de dragón oriental; o que tendríamos que controlar la natalidad
porque si todos los chinos adquieren un coche se acabará el petróleo sin el que
no podemos vivir; y lo de la Luna fue un montaje; y nadie ordenó matar a García
Lorca ni se sabe dónde se enterró; y los vinilos se escuchan mejor que los CD; y el cambio de analógico a digital no tiene por qué rebajar el precio de las
entradas del cine; y la subida del barril de petróleo implica
necesariamente una subida a las 24 horas de la gasolina.
Además, un presidente socialista dijo que para salir de la
crisis económica las familias tenemos que consumir más. Lo escuché justo antes de que un anuncio en la televisión pública afirmara que los McDonald’s son
restaurantes y, un poco antes, tomando un café, un amigo muy leído me confesó que Lucía Etxeberria escribe mejores columnas que muchos escritores
sin columna.
Visto lo visto, prefiero creer en el monstruo del Lago Ness.
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