Primero entras en un salón. Hay puertas cerradas por doquier. La casa debe de ser una mansión, piensas. Y lo que ves en el salón es lujo. Sí, oscuro y de líneas sobrias. Castellano, pero lujoso. Los múltiples retratos de Unamuno habrán sido añadidos después, piensas. Nadie en su sano juicio podría vivir rodeado de tantos homenajes a su imagen.
Una vez arriba la exposición de retratos se sucede. Parecen no terminar nunca. Se le añaden citas enmarcadas, que seguro que tampoco estaban allí cuando él vivía, pues son extractos de sus obras o de sus cartas.
Más retratos enmarcados y una barrera que te impide el paso a más puertas cerradas y otra escalera. En diminuto lees un cartel sobre una puerta: "fundación Rafael Unamuno".
Te conducen a una pequeña biblioteca tras vitrinas de vidrios antiguos casi opacos. No entiendes cómo están ordenados esos libros ni cuáles son significativos ni de qué época. Apenas lees algún título. Ves que los hay en varias lenguas y poco más.
El despacho de don Miguel está recreado para que te lo imagines escribiendo sus cartas, con misivas de su puño y letra. Pero en las paredes cuelgan otros retratos y citas que no debieron de estar allí en vida del rector.
Por fin pasas a su dormitorio y cometes un error fatal: crees que fue la cama donde durmió por última vez. De todos es sabido que Unamuno pasaba muchas horas tumbado en su lecho escribiendo y leyendo gracias a un portentoso atril que te muestran con un libro incluido del que he olvidado el título.
Más que un dormitorio es la única parte expuesta de un museo que termina con un armario que muestra unos pocos ropajes del escritor,
Eso y los muebles de la época. Y los retratos.
Terminas la visita y piensas que es imposible que nadie sepa algo más sobre Unamuno después de la visita, ni amplíe su punto de vista, ni consiga ensoñar las vicisitudes del filósofo y poeta.
Su casa-museo es una nadería, una exposición simplista y amañada de uno de los autores más complejos de la literatura mundial y, probablemente, uno de los personajes más difíciles de estudiar del siglo XX.
Paseando, y sin querer, ves la placa que indica que allí murió Miguel de Unamuno. Es una fachada modesta, que revela un interior menos lujoso que el que se exhibe en su casa-museo. Seguramente sus paredes encierran más verdad y poesía que aquel relato costumbrista y ricamente pobre del que has salido enemigo del turismo y enojado con Salamanca.
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