Ali G anda suelto, excepto en el Reino Unido y precedido por su éxito televisivo, pasó sin pena ni gloria. Borat arrancó las telarañas del documental humorístico y puso en solfa a Michael Moore e imitadores. Brüno quiso rematar el mismo cadáver y el tiro acabó removiendo la casquería. En ésas andamos cuando llega El dictador a lomos de una de esas campañas que desde la sombra calan en el espectador: “te vas a partir de risa”, “tan irreverente como Borat” e incluso palabras de algún crítico de cine trasnochado que la compara con El gran dictador. Con las expectativas tan altas y la necesidad imperiosa de escapar de una realidad cruel, la decepción recorre las numerosas salas de cine que estrenan El dictador. No seré yo quien la defienda. Una película no debe juzgarse por su campaña de marketing, pero tampoco puede desentenderse alegremente de su dimensión mediática.
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