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Mostrando entradas de diciembre, 2013

El cuento del que trasnochó

Son las cuatro de la mañana, vas algo bebido y te atreves a hablar con cierto engreimiento a gente joven que ves en un pub que tendría que haber cerrado a las tres y media. A los chicos los dominas con cuatro palabras y tu presencia: está bien; te sientes experimentado y astuto. Las chicas son jóvenes y guapas, pero tú eres un hombre y guardan la distancia. Igualmente, a ellas les hace gracia alguna ocurrencia, aunque no notas que sientan un mínimo de atracción (algo esperable, sin duda). Por otro lado, te tratan con precaución porque salta a la vista que no tienes su edad: eres considerablemente más viejo. Tampoco tienes el pelo largo ni los ojos azules ni un coche bonito cerca. Además, tienes un compromiso con una mujer que te ha dado un montón de cosas. Pronto te das cuenta de que seguir en ese espacio y ese tiempo tiene muy poco sentido.

El dinero no quita la felicidad... necesariamente

Jamás he escuchado a un millonario decir que el dinero no da la felicidad. Siempre se lo escucho a gente más o menos asentada, pero al fin y al cabo no pueden desligarse de su empleo sin renunciar a su nivel de vida. O sea, que ni son ricos ni pobres. Tampoco se lo he oído decir a una persona en la indigencia, pero es normal porque por lo general esta gente no tiene ningún altavoz para llegar a la opinión pública. Es cierto, por otra parte, que en mi círculo, en el que hay dos o tres personas con la vida resuelta, no tengo constancia de nadie que sea pobre de solemnidad. En el día a día, seguro que me cruzo con muchos pobres que podrían darme una lección sobre las cosas que proporcionan la felicidad, pero no tengo la oportunidad de compartir intimidades con ellos.

Los amigos y la esperanza

Friends will be friends, temazo de Queen. En alrededor de veintitrés horas he recibido dos llamadas y dos encuentros con amigos, que han sumado en total siete muestras de interés por mi existencia. Es mucho. Cada uno, a su manera. Desde la llamada de cuatro minutos aproximadamente hasta la velada nocturna de seis horas, pasando por un encuentro fugaz en un parque, con niños de por medio, con lo que mi importancia quedaba relegada a un tercer o cuarto plano, ya que los pequeños siempre acaparan las atenciones y, además, había un rencuentro entre tres amigos al que asistía como testigo.

Se toca o se teclea...

La derecha intelectual arriesga siempre (ironía). Me da rabia leer un título que termina en puntos suspensivos. Me han educado para echar pestes de un signo como otro cualquiera y por más que lo racionalizo, el mal ya está hecho. Bien mirado es el signo de puntuación más infrautilizado de la historia. A la gente le da vergüenza usar los tres puntitos seguidos, porque parece un recurso fácil, infantil, propio de adolescentes que empiezan a enviar SMS o what's lo que sea. ¿Por qué? Muy fácil: porque lo usamos todo el tiempo... en el lenguaje oral... sí, cuando hablamos... esto... cuando ponemos el idioma en movimiento... Estéticamente son feos, pero para feo, el ABC. Es, según mis estimaciones, el diario más feo del mundo (con permiso de la cabecera de 20 minutos). Además, molesta su insistencia en no mejorar: coges uno de ayer y otro de 1945 y no hay manera de distinguirlos. Misma estética, misma línea editorial... Son exactamente iguales, salvo por las firmas, aunque ha

Un país llamado listas

A la gente, sobre todo la que lee sin demasiadas ínfulas en plan fast-food , le encantan las listas: l os diez consejos para ligarte a tu cuñada, el top 10 de atractivos turísticos de Murcia, las mejores películas musicales del 1912... y la moda tenía que alcanzar a la literatura. Todo el mundo se puede imaginar que estas listas son, como mucho, el fruto del esfuerzo intelectual, la experiencia y, sobre todo, los gustos de un par de personas de una redacción. Sin embargo, parece que no importe mucho: el lector firma un pacto, más bien un cheque en blanco, para tragarse lo que sea con tal de que aparezca en forma de lista y venga en colorines e incluya fotos muy chulas.

Google ha muerto

Los inversores del imperio creado por los famosos estudiantes Page y Brin se partirán de risa si es que dan con este articulillo. Para ellos, como para los más tecnófilos, decir que Google ha muerto equivale a asegurar que Estados Unidos no tiene petróleo o que Alemania tiembla ante el futuro económico de España y Portugal. Sin embargo, no vengo a hablar de dinero. Más bien me refiero al Google original, el buscador que a principios del 2000 acabó con toda la competencia, porque puso bastante orden en el caos de la Red y logró, por momentos, lo impensable hasta entonces: darte los resultados que querías en muy poco tiempo. Además, podías usar tu lenguaje habitual y salir airoso obteniendo los resultados de eso que los expertos llaman búsquedas orgánicas (más o menos. resultados limpios, sin intervención de enlaces patrocinados ni publicidad). Por desgracia, el párrafo anterior sólo puede estar escrito en pasado. Lo dicho, Google, el buscador, ha muerto y, añado, su cadáver huel

Hasta siempre, Madiba

La muerte de Nelson Mandela, a los 95 años, nos obliga a dirigir la mirada a la realidad del país por el que pasó 27 años en la cárcel: Sudáfrica, una nación sumida en un régimen racista, herencia del salvaje colonialismo europeo de siglos anteriores, que Mandela democratizó con su ejemplo de lucha, esperanza y tolerancia. Tras ese lavado de imagen que intentó ser el Mundial de fútbol de 2010, la realidad de Sudáfrica volverá a la palestra y demostrará que, de nuevo, no basta un líder pacifista y carismático como Madiba para cambiar el curso de la historia.