Fíjate que no está el horno para
pagar el alquiler, imagínate tú las ganas de descendencia que
tengo. Más o menos como Yoda o Rajoy, al que obligaron. Pobre.
Sin embargo, estaba pensando que si
tuviera una hija le pediría de rodillas que nunca se enamorara de un
escritor. Ni de un purasangre ni de un mediocre, que somos la
mayoría. La calidad de los escritos no define a la persona que los firma, ni siquiera al autor. Todos los escritores comparten un material defectuoso que, incrustado en sus cerebros, provoca graves alteraciones de la realidad y un sinvivir a quien los rodea.
Mírame, en vacaciones y lo que me
cuesta sintonizar con ese deseo que invade a todo el mismo de
tostarse en la arena, de acostarse a las tantas consumiendo cócteles
extraños y, en fin, de veranear a troche y moche.
A mí me llevas a un bar y me da por
fijarme en los clientes: ¿en qué trabajarán si trabajan? ¿y para
qué vienen aquí en el caso de disponer de una vivienda digna? Y
otras preguntas más acorde con la indumentaria o el físico de los
individuos.
Todavía puede ser peor. Si por la
tarde he estado escribiendo, digamos de indios y vaqueros, mejor que
no me lleves a ver caballos ni te presentes ante mí con un sombrero,
porque entonces me trasladaré al Salvaje Oeste y por la noche me
pondré dos pelis de John Ford cuando los demás duerman.
Se es escritor todo el rato, aunque no
se cobre nada. Conozco gente que cumple a rajatabla con su horario
laboral y que cobra incluso cuando no va a trabajar. A lo mejor un
día de éstos, utilizan parte de su tiempo libre para distraerse
escribiendo un bestseller.
Y es que la vida es puñetera, aunque a
mí me trate lo suficientemente bien como para burlarme de ella. La
verdad es que cuando los sueños de juventud se van deshinchando uno
a uno, el camino a las estrellas está libre. Además, soñar es
gratis y no sufre crisis económica alguna. Al contrario, he
recobrado la ilusión en mi evolución personal: de mayor quiero ser
un hombre corriente con un trabajo honrado y una casita apañada.
Esto no es conformarse con poco. En mi caso, es volar alto. A mi hija
le pediré, por tanto, que no sea demasiado grande para caber en su
habitación de 2 metros cuadrados.
Ah, y que no se enamore de un escritor.
NOTA: El lector sagaz habrá adivinado que estoy escribiendo una novelita del Oeste. Más detalles cuando la termine.
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