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Un amigo para siempre

Seguramente son cosas de la publicidad. Me viene a la mente ahora un anuncio bastante malo que ponen a todas horas. Se trata de un utilitario de los más baratos que podemos encontrar en un concesionario. Da igual la marca. Da igual el coche.

El caso es que veamos a dos amigos dentro del coche. El que va de copiloto le dice al otro que está saliendo con su ex. El piloto se cabrea y lo lanza a la carretera.

Sin embargo, el otro se humilla y le envía un mensaje de voz recordándole que siempre estarán juntos. En la pantalla del salpicadero del coche se ve a los dos protagonistas cuando eran pequeños, felices. Era 1986 y, por algún motivo, escribieron algo en inglés sobre la foto que vemos escaneada.

Será mentira, pues, pero de vez en cuando me lamento de no tener un alma gemela masculina. Un amigo de los que nunca fallan, de esos que tienen llaves de tu casa y se presentan en el salón sin avisar, de esos con los que compartes ropa si es que hay algún tío de mi edad que haga ese tipo de cosas.

En series como Seinfeld da gusto ver como la casa del protagonista es un zoco marroquí por donde se cruzan sus mejores amigos a cualquier hora y con cualquier excusa. Sin cita previa.

A decir verdad creo que me irritaría que cada dos o tres noches me interrumpieran a la hora de la cena, por ejemplo. Añoro lo de tener un mejor amigo, es cierto, pero también soy bastante minino en mis costumbres.

Los que me conocen dicen que no paro en casa, pero cuando entro por la puerta de mi hogar, dulce hogar, espero descanso y desconexión. A veces, me lo tomo tan en serio que me tienen que reñir para que friegue los platos de hace tres días.

Desde que vivo en Barcelona, y ahora que pasan los años a toda velocidad, me siento más vulnerable a la soledad. Claro, la familia está lejos y cada vez depende más de mí y no al contrario. La pareja, bien, pero hay tantos casos de amigos que se las prometían felices y ahora se dejan el sueldo en las citas online...

Para colmo están los escaparates digitales, les llaman redes sociales, y es donde la gente exhibe lo feliz que es y la cantidad de gente que la arropa.

Luego está Barcelona. No he visto una ciudad más cerrada sobre sí misma. Sociológicamente tiene el mismo pronóstico que una ciudad de provincias del altiplano castellano. Hay buena y mala gente, como en todas partes, pero los oriundos de Barcelona tienen sus grandes amigos ya seleccionados para los restos. Y poco puede hacer un recién llegado.

Después de esta elegía, la segunda en poco tiempo, hacia el mito del mejor amigo me doy cuenta de que en realidad me conformaría con un amigo de batalla, uno de cada día, como la ropa que más llevo, como la música de siempre en mi viejo MP3.

Lo peor que me puede pasar es que lo tenga ya y no lo esté sabiendo ver. También podría enfadarse mucho tras leer esto y entonces mi canto a la amistad acabaría siendo un monumento a la tontería.

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