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Entre la niebla de España desde Catalunya o viceversa

El dibujo es bueno. El mensaje, mentira.
Recuerdo que, en Catalunya, hace diez años el sentimiento separatista se inflaba desde las nueve de la mañana del 11 de septiembre hasta las once o las doce de la noche del mismo día.

Los discursos de la mayoría de partidos catalanes (excluyamos al PP, que siempre ha sido una franquicia del partido estatal e incluyamos al PSC de entonces, que todavía no se había convertido en una filial de la central madrileña) sonaban altisonantes y exaltados. La gente enarbolaba sus banderas independentistas y, entre medias, había otro tipo de personas que aprovechaba el día de fiesta para pasear, entrar a los museos, etc.

Al día siguiente, sobre todo si hablaban desde el Congreso en Madrid, los discursos de los políticos catalanistas sonaban mucho más tibios, casi aguados. A los catalanes, si creían en la independencia, no se les notaba en su trabajo diario ni en los bares. Era un asunto íntimo y, en algunos casos, un sentimiento de vuelos bajos.

En la actualidad, en septiembre de 2014, el escenario ha cambiado radicalmente. Dos millones de ciudadanos catalanes han salido a la calle durante todo el día con unos colores y banderas que obedecían a la llamada de Òmnium Cultural y otras organizaciones con aspiraciones independentistas.

Esto es importante. No sólo estaban convocados. No. Han ido vestidos de determinada manera, se han situado en sus lugares respectivos para mostrar unidad y han clamado consignas unánimes. Todos a una.

Incluso el menos dialogante de los catalanes proindependentistas tienen que reconocer que tanto consenso levanta sospechas. De entrada, como se ha creado una situación belicosa, tengo que expresar mi respeto por esta manifestación y por todas las muestras del pueblo, del que yo mismo formo parte. Sin embargo, cuando en una sociedad tan individualista cristaliza un proyecto global tan unánime hay que analizar los porqués. No su legitimidad, sino los motivos.


Diría que los medios de comunicación en catalán piensan en términos separatistas y transmiten un mensaje muy compacto, con pocos matices, y estoy convencido de que TV3, que por ejemplo el 11-9-14 retransmitió en directo la manifestación íntegra, desempeña un papel vital. Es la cadena más vista en Catalunya y no se puede decir que ofrezca una visión global del mundo, nos guste o no.

Llegado el momento de pronunciarme, a mí no me asusta que dos millones se desplacen desde sus cómodas casas, autobuses mediante  si hace falta, para exigir el derecho a decidir. Me parece normal. Incluso en el supuesto de que lo que realmente pidan sea el derecho a decidir la independencia. No puedo situarme en contra de un derecho fundamental en democracia.

Lo que ocurre es que este año me da la sensación, a no ser que los miles de catalanes que me he encontrado no sean representativos de nada ni de nadie, es que los catalanes están pidiendo la independencia por encima del derecho a decidir. Y si casi dos millones de catalanes lo que están diciendo es: ojalá, mañana mismo amanezcamos con un país separado de España esto sí me preocupa, pues no estamos hablando de una decisión sencilla, que no comporte consecuencias, algunas de ellas imprevisibles, otras previsiblemente negativas para Catalunya.

Me da la sensación de que, así, por la vía rápida, dos millones de catalanes tienen mejor información que yo y han calibrado que, por arriba o por abajo, del derecho o del revés, les merece la pena separarse ya del estado español. Sin ambages. Y no hay que ser tampoco demasiado inteligente para caer en la cuenta de que entonces todo eso del derecho a decidir fue una argucia legal, un truco, para despistar al resto de España y a los catalanes que quieren mantener su nacionalidad actual.

Si esto es así, ya me asusto más aún. ¿Estas dos millones de personas están seguras de que separándose de España, de la Unión Europea, perdiendo el euro y asumiendo todos los gastos que comporta un cambio radical, el futuro será mejor que el presente?

Hay mucha gente, incluso intelectuales, que responde que tienen derecho a segregarse. Algunos aluden razones históricas, otros  son más pragmáticos y hablan de impuestos y de PIB, y todos aluden a su voluntad.

En cualquier caso, me pregunto: ¿basta la voluntad de conseguir algo para que un proyecto sea viable?

Algunos catalanes responden: dejadnos que nos la peguemos si nos equivocamos, pero que se respete la voluntad del pueblo.

Los que hablan así asumen, yo creo que sin malicia, la representación de todos los demás. Les diría: no decides si te la pegas tú, decides si se la pegan los bebés, los ancianos que no saben ni qué está pasando, los apolíticos, los españoles convencidos, los inmigrantes y los que nacerán mañana.
Desde el Estado español hay pocas opiniones de intelectuales, analistas y, en general, “voces autorizadas” que expresen la comprensión con el derecho a decidir. Las hay, pero la mayoría intenta no mojarse. Casi ninguna, hasta donde sé, apuesta tan fuerte, fuera de Catalunya, como los dos millones de personas del día 11 por la independencia.

Insisto: el día 11 un 25 por ciento, aproximadamente, de los catalanes se concentró pacíficamente y no pidió el derecho a decidir. Lo que se escuchaba y se leía era: independencia.

Luego están los que insisten en que un referéndum sobre el futuro de Catalunya incluye a toda la nación española. Y digo yo, ¿qué sentido tiene eso? Por más que entre en los parámetros de la Constitución, que ya intentó atar un país inamovible en la transición, les digo: a ustedes, sean de Málaga o de Madrid o de Badajoz, ¿les parece normal que un murciano o un ciudadano de la Coruña decida cómo se resuelven sus problemas?

Si ahora un país cualquiera de la UE, digamos Dinamarca, decide abandonar la unión, ¿tienen que esperar a que el resto de países comunitarios le dé el visto bueno en las urnas?
Por tanto, lo de votar todos los españoles será legal, pero es una trampa jurídica. Y, desde luego, va contra el sentido común.

Creo, para terminar, que no se ha planteado todavía un debate serio, no partidista, no románticamente inclinado hacia un lado o el otro, sobre las consecuencias reales de la independencia de Catalunya.

Por el camino se están obviando soluciones como la configuración de un estado federal o cualquier otra forma de estado español donde ningún catalán pueda dejar de sentirse libre y, paralelamente, los que se sientan españoles no tengan que esconderse en unos reductos pasados de moda, fuera del sistema, y categorizados como ejemplares de catalanidad sospechosa.

Por todo lo anterior me parece que optar tan a las claras por la independencia es un ejercicio sociológico de inconsciencia. No quiero ponerme en la mente de dos millones de catalanes, ¿pero de veras todos, o la mitad, saben qué puede pasar si rompen con España?

Del mismo modo, no hay que caer en el error de ningunear la expresión unánime tantos catalanes. El día 11 fueron una cuarta parte, pero seguro que no todos pudieron ir.

Recados y aclaraciones.

Sí, pienso que como varios analistas aseguran la independencia de Catalunya, es a corto y medio plazo, un suicidio económico si no se puede evitar la exclusión de un mercado cada vez más globalizado y, además, se cuña una moneda propia con todos los número para devaluarse. Que se entienda: no es que a mí me guste o no me guste la idea. Es que, documentándome a fondo, me han convencido los que ven en esta vía un error gravísimo para Catalunya.

A los españoles que gustan de opinar sobre el futuro de los catalanes, que opinen. A los que quieran imponer su voluntad, que se empadronen en Catalunya, que traten de convivir y, después, participen en democracia. Será lo que los catalanes quieran.

TVE, TV3, Canal 9, Telemadrid… Aunque no se les puede meter en un mismo saco, todos los canales públicos, en menor o mayor grado, están politizados. Es decir, sirven a sus amos. Y lo pagamos todos. Cambiar esta situación es urgente.

Ojo a la cortina de humo que supone el largo debate sobre la relación Catalunya y España. Durante este tiempo se han socavado derechos sociales tanto desde Barcelona como desde Madrid.

Presiento que el señor Mas, que se apuntó a toro pasado al movimiento popular en 2012, no va a cumplir su promesa de convocar el referéndum del 9-N. Tiene muchas cabezas de turco a las que echar mano y estoy convencido de que a este político sólo le interesa lo que a su mentor, Jordi Pujol: poder, dinero, poder, dinero, etc.

Decir, como no se cansa de asegurar Rajoy ,que no va a negociar con el Govern catalán sobre el derecho a decidir o la voluntad de independencia, es un acto irresponsable, profundamente antidemocrático y maquiavélico para movilizar a los españoles más reaccionarios.

Las grandes empresas españolas suelen tener una gran representación en Catalunya e, incluso, muchas son catalanas, pero tienen su principal mercado en el estado español. Lógicamente, ningún gran empresario español puede apoyar el movimiento independentista. Puede parecer anecdótico, pero no hay que olvidar que tras los partidos políticos se encuentran instituciones financieras y macroempresas. Y, de paso, recordemos que en este país, en el Estado y en Catalunya, los estamentos jurídicos están politizados.

Teoría de la conspiración: si Artur Mas sabe que no puede llevar adelante el referéndum y, mucho menos, el proceso de independencia. ¿Por qué está llegando tan lejos? ¿Qué poderes fácticos le apoyan? Mientras, entidades como Caixa Catalunya cierran casi todas sus oficinas en España, despiden a muchos trabajadores (también en Catalunya) y, aunque seas cliente, te enteras por la prensa de que el BBVA se lo ha tragado. En fin, que resulta que un banco que alude a la ciudad de Bilbao tiene en sus manos miles de viviendas vacías catalanas, la mayoría expropiadas, por no hablar de los ahorros y de las hipotecas de millones de españoles.


En el fondo, si uno lee o escucha a algunos de los voceros de la supuesta españolidad, le dan ganas de independizarse de este país, pero eso te puede pasar vivas donde vivas, en Mallorca o en Santander. Hay españoles y españoles, patriotas y patrioteros. Y me imagino que con los catalanistas, aunque hayan salido en masa, todos a una, debe de pasar igual, excepto por un factor: las ganas de separarse de España.

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