O de una entrevista de trabajo o de una prueba con el Barça.
Lo que te pide el cuerpo es aislarte en el contenido del examen, infiltrarte en un mundo artificial hasta obsesionarte. Piensas que si no estás suficientemente obsesionado no te has implicado como deberías. Por tanto, te arriesgas a...
¿Suspender la prueba?
No, te arriesgas a sentirte culpable si el resultado es negativo.
Sin embargo, lo sano sería tranquilizarse justo antes del examen y dejar la mente en blanco para que luego pueda rendir. Luego. Cuando esos inútiles que te obligan a memorizar ingentes cantidades de datos te reten a jugártelo todo a una exhibición de nemotecnia.
Quisieras ser el atlas el cuerpo humano, el código de Derecho Penal o las obras completas de Pérez Galdós para desembarazarte de ese incómodo disfraz en el momento en el que te pongan un papel por delante y saques un bolígrafo de la mochila.
Por eso, antes del examen, como dudas de que la metamorfosis se haya llevado a cabo, sientes mucho miedo a culparte del fracaso.
La realidad, de nuevo, es mucho más benevolente. La culpa sólo existe en tu cabeza. Además, es imposible ser un conjunto de apuntes hoy, y mañana un tomo de una enciclopedia. No vas a convertirte en la materia que se te examina y no vas a poder atravesar el mundo autoinfligido y salir victorioso al exterior, al mundo ordinario, para sacarle las tripas a los temas de marras y matar así a la madre ciencia.
No, no y no. Si te acuerdas, bien. Si no, suspenderás. Así hasta que en otra ocasión se dé la circunstancia de que has retenido una cantidad de información gigantesca y las preguntas van en la misma dirección que tu memoria.
No obstante, el sistema de evaluación es erróneo. Por eso, dos meses después, casi ningún alumno se acercaría ni de lejos al aprobado en la misma asignatura en la que antes obtuvieron una buena nota. Haz la prueba si eres profesor y puedes. Hazte la prueba a ti mismo si eres alumno.
Ahora, imagina que estás estudiando para ser juez, inspector de policía o profesor. Si la sociedad reflexionara sobre esto último, entonces compartirían el miedo contigo y lo sentirías más liviano.
Lo que te pide el cuerpo es aislarte en el contenido del examen, infiltrarte en un mundo artificial hasta obsesionarte. Piensas que si no estás suficientemente obsesionado no te has implicado como deberías. Por tanto, te arriesgas a...
¿Suspender la prueba?
No, te arriesgas a sentirte culpable si el resultado es negativo.
Sin embargo, lo sano sería tranquilizarse justo antes del examen y dejar la mente en blanco para que luego pueda rendir. Luego. Cuando esos inútiles que te obligan a memorizar ingentes cantidades de datos te reten a jugártelo todo a una exhibición de nemotecnia.
Quisieras ser el atlas el cuerpo humano, el código de Derecho Penal o las obras completas de Pérez Galdós para desembarazarte de ese incómodo disfraz en el momento en el que te pongan un papel por delante y saques un bolígrafo de la mochila.
Por eso, antes del examen, como dudas de que la metamorfosis se haya llevado a cabo, sientes mucho miedo a culparte del fracaso.
La realidad, de nuevo, es mucho más benevolente. La culpa sólo existe en tu cabeza. Además, es imposible ser un conjunto de apuntes hoy, y mañana un tomo de una enciclopedia. No vas a convertirte en la materia que se te examina y no vas a poder atravesar el mundo autoinfligido y salir victorioso al exterior, al mundo ordinario, para sacarle las tripas a los temas de marras y matar así a la madre ciencia.
No, no y no. Si te acuerdas, bien. Si no, suspenderás. Así hasta que en otra ocasión se dé la circunstancia de que has retenido una cantidad de información gigantesca y las preguntas van en la misma dirección que tu memoria.
No obstante, el sistema de evaluación es erróneo. Por eso, dos meses después, casi ningún alumno se acercaría ni de lejos al aprobado en la misma asignatura en la que antes obtuvieron una buena nota. Haz la prueba si eres profesor y puedes. Hazte la prueba a ti mismo si eres alumno.
Ahora, imagina que estás estudiando para ser juez, inspector de policía o profesor. Si la sociedad reflexionara sobre esto último, entonces compartirían el miedo contigo y lo sentirías más liviano.
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