El otro día leía en un foro de ABC las opiniones de los lectores sobre el mundo de la mendicidad. La mayoría sostenía que el que pide es porque quiere, y que además casi todos se gastan el dinero en vicios.
En el barrio de Gracia de Barcelona se instaló hace poco más de un año un vagabundo, de esos que la gente llama impropiamante mendigos, porque él no pedía, se dedicaba a vender libros de viejo y otros objetos de segunda mano.
La verdad es que en el barrio cayó bien, pero cometió un error de inicio. Vino a instalar su base de operaciones en una de las calles principales, la semipeatonal Astúries, junto a la boca de metro más emblemática del barrio de Gràcia. Su ubicación le hizo saltar a la fama enseguida, pero también es cierto que no conviene brillar demasiado, pues algunos depredadores viven de esos incautos.
Empezó extendiendo un somero cartón sobre el que exponía sus artículos a la venta, entre 1 y 5 euros la mayoría de las veces, y casi siempre libros. Él se sentaba en una silla del mobiliario urbano cercana y confiaba en que la gente depositara el dinero sobre el cartón.
Mientras, comía lo que, a todas luces, le daba la gente y comerciantes de la zona. También bebía vino barato. Más de una vez lo vi hablando con gente joven y siempre parecía captar su interés con un discurso coherente sobre asuntos del barrio.
Yo sólo me dirigí a él una vez cuando le di un lote de libros que pensaba vender. La verdad es que tampoco me iban a dar mucho, así que opté por dárselo al inquilino de la calle Astúries. El hombre tenía siempre sus largos cabellos pegados al cuero cabelludo. La barba, igualmente grasienta y sucia. Parecía necesitar un baño de agua caliente con jabón, pero no olía mal, seguramente porque trataba de ducharse cuando podía. También porque al contrario que otros "homeless" no dormía en un cajero automático, sino al raso. En aquella ocasión el hombre me ofreció coger cualquiera de sus libros a cambio. La verdad es que me venció cierta compasión, así que le dije que de momento no. Por desgracia, pues me habría gustado entablar alguna conversación con él, al día siguiente lo saludé al pasar por su lado y no me reconoció.
Algo que destacaba de aquel señor eran sus ojos claros, y de su forma de hablar. Además, la tranquilidad con la que se explicaba y un inusitado tino a la hora de elegir el vocabulario. Cuesta creer que no sea un hombre culto.
Al principio, como dije, sólo vendía libros. A veces dormía en plena calle, bajo unos cartones y unas mantas, sin molestar a los propietarios de los comercios ni a los habitantes de los portales. Intentaba ser discreto.
Con el paso de los meses fue incorporando más artículos, desde cintas de vídeo y DVD a zapatos viejos. Asimismo, aumentó su espacio de venta. Ya no bastaba con un cartón, añadía una sábana o ponía dos o tres cartones juntos.
Desde hace unos meses ya no sólo pernoctaba los fines de semana en la calle, sino que dormía cada noche allí. Juntaba todos sus enseres, y se tendía sobre el duro pavimento junto a bolsas y artículos viejos. No quería dar la nota, pero acabó llamando la atención.
Antes de que lo desalojaran, el señor colgó unos carteles en la pared en los que agradecía el cariño a la gente, pero también se acordaba de los que le habían denunciado, aunque sin dar nombres. ¿Acaso los conocía? ¿Dieron la cara los que lo denunciaron?
En cualquier caso, tenía que pasar. Su presencia era ya demasiada notoria.
La conclusión es que no lo han desalojado por su bien, ni para que duerma bajo un techo, sino porque se ha hecho demasiado conocido y, sobre todo, porque sus cosas, casi todas feas y vieja, molestaban a la vista.
Se podría decir que el "homeless" más popular de Gràcia ha muerto de éxito.
Y ha sido Ada Colau, la que tanto ha luchado contra los desalojos, la que ha limpiado a este señor pacífico e incómodo de las progresistas calles de uno de los barrios bandera de los antisistema.
Se me puede tachar de demagogo, pero creédme: no soy de los que piensan que todo vale. Sé también que, aunque no nos favorezcan, es mejor cambiar las leyes que incumplirlas. Sin embargo, me duelen los ojos de ver niñatos meándose en las calles y tocando sus puñeteras guitarras a las tres de la mañana. Jamás he visto a nadie desalojarlos de ningún sitio. En cambio, sospecho que prepondera el interés comercial antes que el humano. Por supuesto que han sido los dueños de los negocios de la calle los que han llamado a la policía. Los mismos que tal vez le daban algo para calmar el hambre o la sed. Son seres humanos hasta que un semejante pone en peligro su bolsillo.
Probablemente Ada Colau ni se ha enterado de este desalojo forzoso. Es sólo el principio porque al final la política es simplemente eso, el arte de parecer mejor que los contrincantes.
En el barrio de Gracia de Barcelona se instaló hace poco más de un año un vagabundo, de esos que la gente llama impropiamante mendigos, porque él no pedía, se dedicaba a vender libros de viejo y otros objetos de segunda mano.
La verdad es que en el barrio cayó bien, pero cometió un error de inicio. Vino a instalar su base de operaciones en una de las calles principales, la semipeatonal Astúries, junto a la boca de metro más emblemática del barrio de Gràcia. Su ubicación le hizo saltar a la fama enseguida, pero también es cierto que no conviene brillar demasiado, pues algunos depredadores viven de esos incautos.
Empezó extendiendo un somero cartón sobre el que exponía sus artículos a la venta, entre 1 y 5 euros la mayoría de las veces, y casi siempre libros. Él se sentaba en una silla del mobiliario urbano cercana y confiaba en que la gente depositara el dinero sobre el cartón.
Mientras, comía lo que, a todas luces, le daba la gente y comerciantes de la zona. También bebía vino barato. Más de una vez lo vi hablando con gente joven y siempre parecía captar su interés con un discurso coherente sobre asuntos del barrio.
Yo sólo me dirigí a él una vez cuando le di un lote de libros que pensaba vender. La verdad es que tampoco me iban a dar mucho, así que opté por dárselo al inquilino de la calle Astúries. El hombre tenía siempre sus largos cabellos pegados al cuero cabelludo. La barba, igualmente grasienta y sucia. Parecía necesitar un baño de agua caliente con jabón, pero no olía mal, seguramente porque trataba de ducharse cuando podía. También porque al contrario que otros "homeless" no dormía en un cajero automático, sino al raso. En aquella ocasión el hombre me ofreció coger cualquiera de sus libros a cambio. La verdad es que me venció cierta compasión, así que le dije que de momento no. Por desgracia, pues me habría gustado entablar alguna conversación con él, al día siguiente lo saludé al pasar por su lado y no me reconoció.
Algo que destacaba de aquel señor eran sus ojos claros, y de su forma de hablar. Además, la tranquilidad con la que se explicaba y un inusitado tino a la hora de elegir el vocabulario. Cuesta creer que no sea un hombre culto.
Al principio, como dije, sólo vendía libros. A veces dormía en plena calle, bajo unos cartones y unas mantas, sin molestar a los propietarios de los comercios ni a los habitantes de los portales. Intentaba ser discreto.
Con el paso de los meses fue incorporando más artículos, desde cintas de vídeo y DVD a zapatos viejos. Asimismo, aumentó su espacio de venta. Ya no bastaba con un cartón, añadía una sábana o ponía dos o tres cartones juntos.
Desde hace unos meses ya no sólo pernoctaba los fines de semana en la calle, sino que dormía cada noche allí. Juntaba todos sus enseres, y se tendía sobre el duro pavimento junto a bolsas y artículos viejos. No quería dar la nota, pero acabó llamando la atención.
Antes de que lo desalojaran, el señor colgó unos carteles en la pared en los que agradecía el cariño a la gente, pero también se acordaba de los que le habían denunciado, aunque sin dar nombres. ¿Acaso los conocía? ¿Dieron la cara los que lo denunciaron?
En cualquier caso, tenía que pasar. Su presencia era ya demasiada notoria.
La conclusión es que no lo han desalojado por su bien, ni para que duerma bajo un techo, sino porque se ha hecho demasiado conocido y, sobre todo, porque sus cosas, casi todas feas y vieja, molestaban a la vista.
Se podría decir que el "homeless" más popular de Gràcia ha muerto de éxito.
Y ha sido Ada Colau, la que tanto ha luchado contra los desalojos, la que ha limpiado a este señor pacífico e incómodo de las progresistas calles de uno de los barrios bandera de los antisistema.
Se me puede tachar de demagogo, pero creédme: no soy de los que piensan que todo vale. Sé también que, aunque no nos favorezcan, es mejor cambiar las leyes que incumplirlas. Sin embargo, me duelen los ojos de ver niñatos meándose en las calles y tocando sus puñeteras guitarras a las tres de la mañana. Jamás he visto a nadie desalojarlos de ningún sitio. En cambio, sospecho que prepondera el interés comercial antes que el humano. Por supuesto que han sido los dueños de los negocios de la calle los que han llamado a la policía. Los mismos que tal vez le daban algo para calmar el hambre o la sed. Son seres humanos hasta que un semejante pone en peligro su bolsillo.
Probablemente Ada Colau ni se ha enterado de este desalojo forzoso. Es sólo el principio porque al final la política es simplemente eso, el arte de parecer mejor que los contrincantes.
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