Los humoristas y redactores de Charlie Hebdo no querían ser mártires de ninguna causa. Querían ser libres y pagaron con su vida. Sthéphane Charbonnie, su director, sabía que estaba en peligro de muerte y, sin embargo, siguió publicando sus chistes y tiras cómicas al ritmo de la actualidad.
Los que irrumpieron en la redacción y mataron a más de una decena de seres humanos querían ganarse el favor de un dios que no tiene sentido del humor y sí sed de sangre.
Ahora que ellos mismos han muerto a manos de la policía habrá quien los considere mártires, pero la realidad es que sólo son unos asesinos fanáticos.
Los islamistas están en su derecho de sentirse mal si alguien se burla de sus creencias. Sin embargo, ya tienen sus propios estados islámicos para acallar las voces críticas.
Por definición, un estado religioso sitúa por delante de los derechos humanos y de las libertades sus propios preceptos religiosos. Normalmente las bases de una religión no se consensúan con el pueblo ni se pueden someter a escrutinio científico. Tampoco tienen por qué actualizarse.
En cambio, vivimos en un mundo que se desarrolla a un ritmo vertiginoso y, cada vez más, los intereses económicos, en lugar de construir puentes entre culturas distintas, echan abajo puertas sin llamar.
En Europa vivimos la época de los estados fundamentalistas religiosos hasta el siglo XVIII y, sobre todo, durante la Edad Media. A día de hoy, superada la feroz dictadura de Franco en España y su estado católico, hay libertad religiosa y de prensa en todos los países de la UE.
Los islamistas, pues, deciden si quieren vivir en una eterna revisión de tiempos pasados o si desean acompañar al presente. Lo que no pueden hacer es obligar, fuera de sus fronteras de los estados fundamentalistas, a los ciudadanos libres a seguir un credo que les es ajeno y que choca contra las leyes de los estados.
En lugar de condenar a muerte a gente que vive a miles de kilómetros de sus casas podrían emplear su tiempo en sacar los trapos sucios de la globalización.
Quizá también deberían estudiar en la Historia cómo terminaron cada una de las Cruzadas y, de paso, que nos digan si salió algo positivo de aquellas carnicerías.
Ahora hay que tener cuidado: que nadie aproveche para cargar contra los musulmanes pacíficos; que nadie ponga en tela de juicio la libertad de prensa de Charlie Hebdo; que nadie busque causas de desigualdad social en el fanatismo de los asesinos; que nadie busque culpables entre los inocentes, en fin.
De los casi veinte muertos tras los atentados en Francia sólo los terroristas quedan excluidos de su papel de mártires. Es lógico. No se puede ser mártir y verdugo a la vez.
Y escribo esto con plena seguridad de que otros ya lo han dicho antes mejor, pero no tenía otro remedio que escribirlo.
Los que irrumpieron en la redacción y mataron a más de una decena de seres humanos querían ganarse el favor de un dios que no tiene sentido del humor y sí sed de sangre.
Ahora que ellos mismos han muerto a manos de la policía habrá quien los considere mártires, pero la realidad es que sólo son unos asesinos fanáticos.
Los islamistas están en su derecho de sentirse mal si alguien se burla de sus creencias. Sin embargo, ya tienen sus propios estados islámicos para acallar las voces críticas.
Por definición, un estado religioso sitúa por delante de los derechos humanos y de las libertades sus propios preceptos religiosos. Normalmente las bases de una religión no se consensúan con el pueblo ni se pueden someter a escrutinio científico. Tampoco tienen por qué actualizarse.
En cambio, vivimos en un mundo que se desarrolla a un ritmo vertiginoso y, cada vez más, los intereses económicos, en lugar de construir puentes entre culturas distintas, echan abajo puertas sin llamar.
En Europa vivimos la época de los estados fundamentalistas religiosos hasta el siglo XVIII y, sobre todo, durante la Edad Media. A día de hoy, superada la feroz dictadura de Franco en España y su estado católico, hay libertad religiosa y de prensa en todos los países de la UE.
Los islamistas, pues, deciden si quieren vivir en una eterna revisión de tiempos pasados o si desean acompañar al presente. Lo que no pueden hacer es obligar, fuera de sus fronteras de los estados fundamentalistas, a los ciudadanos libres a seguir un credo que les es ajeno y que choca contra las leyes de los estados.
En lugar de condenar a muerte a gente que vive a miles de kilómetros de sus casas podrían emplear su tiempo en sacar los trapos sucios de la globalización.
Quizá también deberían estudiar en la Historia cómo terminaron cada una de las Cruzadas y, de paso, que nos digan si salió algo positivo de aquellas carnicerías.
Ahora hay que tener cuidado: que nadie aproveche para cargar contra los musulmanes pacíficos; que nadie ponga en tela de juicio la libertad de prensa de Charlie Hebdo; que nadie busque causas de desigualdad social en el fanatismo de los asesinos; que nadie busque culpables entre los inocentes, en fin.
De los casi veinte muertos tras los atentados en Francia sólo los terroristas quedan excluidos de su papel de mártires. Es lógico. No se puede ser mártir y verdugo a la vez.
Y escribo esto con plena seguridad de que otros ya lo han dicho antes mejor, pero no tenía otro remedio que escribirlo.
JE SUIS CHARLIE HEBDO
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