Los mansos irán al Cielo. Ella, al ayuntamiento de Barcelona. Sobre la tarima de un escenario en campaña electoral, la persona que habla se crece en proporción al público que le escucha. El orador, o la oradora, se transforma. Tiene a la audiencia ganada. Se sabe bien el mensaje, que además ha sido escrito a veinte manos. Gente sentada. Gente de pie. Aplausos tras cada promesa, tras cada zarpazo dialéctico. Empiezan con una anécdota: "Salía del mercado cuando me encontré a un vecino...", falsa desde luego; siguen con una referencia a los sentimientos del grupo: "Yo también jugué en esta plaza..."; y a partir de ahí empiezan las promesas.
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