Unos hipsters de Barcelona vistos a través de rayos X. Tras un periplo por media España pensé que ya había visto suficientes idiotas (el veinteañero que le explica a un viejo sordo las diferencias entre los templos budistas de Japón y los de la India, el taxista que se vuelve loco de repente y deja de mirar a la carretera elogiando a Podemos, etc.) hasta que llegué a mi pueblo. Allí, los que eran tontos siguen siendo tontos, y los que no, pues lo mismo. Salvo que me maravilló descubrir gente de fuera tan interesante inasequibles al contagio, y noté la ausencia de amigos y conocidos que le dan al cerebro y que, con su ausencia, dejaron en evidencia a los demás. Una pena. Ah, y un placer compensatorio (de sobras) los pocos amigos y los familiares que me han dado momentos de alegría.
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