Hace mucho tiempo, escribir era algo así como un derroche, como cada vez que salía a correr por los caminos de tierra hasta el cementerio; más poéticamente, como cada vez que decía un "te quiero". Nada era premeditado. Todo era verdad, aunque sonara a bolero desgastado. Luego, escribir se convirtió en una especie de oficio para sacar pecho, huir de los peligros de Hacienda, conocer gente extraña y pagar el alquiler, poco más. Y dejó de ser bonito. Artículos de esto y de lo otro. Todo perecedero. Papel cliché. Papel higiénico. Hace más de un año me dio un colapso. Nadie se pone de acuerdo en los desencadenantes, pero yo sí los sé. Son demasiados en cantidad y en intimidad para contarlos. No descarto que algún especialista sepa todavía mejor yo los orígenes de mi ansiedad. Pero de lo que no dudo es de que sólo yo sé cuánto he sufrido. Ahora quiero que escribir sea todo lo que yo ansío, excepto un sinfín de trabajillos para sacar pecho, pasar miedo y aborrecer la escritura
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