Todo parece ir bien cuando uno se despreocupa. Pero la calma total suele ser mala consejera. Uno no advierte que la ausencia de vibraciones no es la felicidad, sino lo contrario al amor. Lo más probable es que haya un desafecto en curso. El otro suele no enterarse. Cuando se le notifica, o lo descubre, qué tragedia, y qué pesado resulta subir con la cruz a cuestas por todas las etapas del duelo incluyendo la negación. Hasta resignarse suele rebelarse. Nadie me puede dejar de querer, es la consigna. Algunos se agazapan en su desafecto hasta que el otro siente igual, pero son los menos. El desafecto suele llegar por sorpresa, aunque haya expertos en anticipar desgracias.
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