Determinado sector de la crítica literaria oficial, la que se multiplica en los suplementos culturales, las presentaciones de libros, y prologa e imparte clases dejó de interesarse por Javier Marías cuando el autor alcanzó demasiado éxito, acaparó muchos premios y lo periodístico ganó a lo literario (dejó de ser noticia).
Javier Marías se hizo antiguo y se reivindicó a ilustres tapados como Juan José Millás y Álvaro Pombo, se encumbró a Vila Matas y Bolaño, y luego los jovenzuelos inventaron el tarro de Nocilla. Pasaron muchas más cosas, claro, y casi todas se las inventó un sector de la prensa a sueldo de las grandes editoriales.
Entretanto, Marías siguió publicando, pero hasta cuando lo hacía muy bien parecía que molestaba. Se repite, va demasiado lejos con su trilogía Tu rostro mañana, etcétera.
Leo las primeras páginas de Los enamoramientos, pues, asustado como si tuviera que traducir el Ulises de Joyce sin diccionario y, luego, recitarlo en público.
Sin embargo, qué sorpresa: a pesar de que no hay detectives ni crímenes oscuros a la vista (secretos y misterios sí, por supuesto) la novela me engancha desde el principio.
Y esa voz femenina que vive enamorada platónicamente de una pareja, a todas luces perfecta, encierra uno de los aspectos más interesantes que, a mi juicio, aportan las novelas: el punto de vista del otro sobre el mundo de las apariencias. Y ese otro, cuando cristaliza en un personaje tan humano, sólo puede ser el lector. Tú, yo...
Por eso, Los enamoramientos, a sus pocas páginas, se vislumbra como un mirador particular a una parte del mundo que, de momento, no conozco.
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