Es una pérdida de tiempo hablar de política española. Incluso cuando cada día incendian los titulares con verdaderas salvajadas. La tentación es enorme. Ante tanto cinismo y abuso, ¿cómo no entrar al trapo?
Un ministro de Educación que predica la intolerancia; el de Justicia con su radicalismo vaticano; la de Empleo, que trata de hacernos creer que los récords de parados se deben a Zapatero... Y cómo no, un presidente, Rajoy, al que aconsejan no hablar para no fastidiarla más. De Artur Mas ya he hablado bastante: no querrá ser español, pero El Lazarillo se lo sabe de memoria.
La derecha, en todas sus formas y colores, no se merece ni un solo segundo en el poder en España. Ni en el estado español ni en Euskadi ni en Catalunya ni en ninguna otra parte de un país que todavía no se ha rehecho de la maldición que supuso el Franquismo.
Estoy harto de repetirlo: la derecha que opera en este país no es normal. No tiene nada que ver con la derecha europea. Aunque se asocien, adopten siglas similares o entonen un mismo canto que los partidos de otras latitudes.
Además, en esta birria de democracia lo único reseñablemente democrático es que cada cuatro años la gente se traga el papel mojado de los partidos que tienen los suficientes apoyos para presentarse a unas elecciones. Y se vota como se vota: un anciano pregunta por Felipe González a pie de urna, un mozo de almacen se declara simpatizante del PP (y, por tanto, de la Patronal), el otro se cree que un señor que ni siquiera se presenta le va a robar la pensión, etceterísima.
Por un lado, hay quien elige la papeleta con menos criterio que un pomelo en la frutería. Y luego tenemos la otra cara de la moneda. El sistema democrático español no deja que el ciudadano dé marcha atrás. No se le consulta nada ni los políticos asumen responsabilidades de sus errores. ¡Ni siquiera de sus mentiras ni sus delitos!
Ni las huelgas generales ni las manifestaciones ni los escándalos de corrupción sirven para que los que ostentan el poder se bajen de la tarima.
Esto es un régimen feudal por turnos. Aquí se gana por mayoría absoluta y hasta dentro de cuatro años. En ese periodo larguíiiiiisimo, se privatiza medio país o se cambian varios tomos legislativos y no se consulta a nadie.
Insisto: la derecha españolista, la catalanista y las otras derechas que campan por el país son anómalas, endémicas, raras y dañinas. Pero la culpa la tiene el ciudadano, no sólo el que los vota, sino el que es susceptible de acabar votándolos. Y la persona que asegura que se la "suda" la política, que pasa de leer y, para colmo, da lecciones aferrándose a leyendas urbanas y tópicos: "todos roban", "el PP es de centro", etc., ése siempre votará en falso.
Podríamos hablar de los problemas de la izquierda también. Pero cuando la derecha lanza sus torpedos contra la supuesta izquierda española y la que de veras intenta serlo, nunca busca el equilibrio ejerciendo la autocrítica. Y a mí eso de que la izquierda debe buscar la excelencia moral también me tiene frito. Máxime cuando la derecha de este país se ha colgado el mensaje de Cristo a los hombros.
NOTA: UPYD y Ciutadans, por ejemplo, se parecen a la derecha moderna europea. No tiene nada que ver con que me gusten o me disgusten. Lo sé porque me he tomado la molestia de averiguar quiénes andan detrás de la fundación de esos partidos, qué estatutos los respaldan y qué programas defienden. El resto es postfranquismo o caciquismo lugareño.
Eso sí, si lees entradas como ésta, tiembla el suelo bajo los pies de esta ténue democracia.
Eso sí, si lees entradas como ésta, tiembla el suelo bajo los pies de esta ténue democracia.
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