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Escribir mal y pronto

Es y no es.
No conozco a nadie que pueda escribir bien cada vez que se lo proponga. En ese sentido, un blog que pretenda actualizarse con cierta frecuencia es una especie de destierramitos, bajahumos y, dicho con respeto a todos los que lo intentan, un cementerio para la literatura.

Escribir con corrección sí se puede. Por supuesto. Un respeto para los profesionales de la redacción y mi admiración por los picapedreros del lenguaje que viven de otros menesteres y se dedican a la escritura con la devoción de un monje tibetano.

Sin embargo, la literatura, el arte que logra insuflar vida a un conjunto de palabras, la magia por la que la razón y los sentimientos se encuentran en ese más allá que nadie puede definir excepto por imágenes lingüísticas, esto, la literatura. Esto es otra cosa.



El ritmo de las frases, la selección de la palabra justa y no otra, la invención de expresiones que logren avivar los sentidos, el subtexto, etc. (sí, incluso la fealdad de un etcétera comprimido para no empalagar). ¿De qué hablamos pues?

De todo lo contrario de la mayoría de los textos que voy publicando aquí. Y no vengo a prometer que sabré esperar el momento adecuado para publicar textos que merezcan un segundo de tu tiempo. Mi intención es continuar exactamente igual que hasta ahora: escribiré lo que me dé la gana o lo que pueda o lo que tenga tiempo o lo que me sirva o lo que me ayude o lo que buenamente salga de un teclado a las tantas de la noche.

Aunque, a las cuatro personas que confían en que merece la pena pulsar el botón de "stop" en sus vidas hipervinculadas para leer lo que publico, les debo una disculpa anticipada. A pesar de que sé que son mayorcitos, ante sus votos de confianza yo les brindo mi agradecimiento. Y si alguna vez me esfuerzo en que los textos (desde luego éste no es un buen ejemplo) estén a la altura de su amistad, me doy por bien pagado. Sobre todo va por mi compañera, que me lee con tanta devoción como me soporta.

Gracias.

Y mientras termino de revisar que los duendes de la medianoche no me han cambiado las letras de sitio, en la plaza que por desgracia nunca duerme y da a esta parte de la casa unos chavales dan patadas a una lata, otros (dos) se besan, se ríen y discuten, y hay unos cuantos que me inquietan de verdad, porque no hacen nada. Aparentemente.

Sentados en cualquier parte de la plaza, siempre hay tres o cuatro sombras que miran al infinito. Me pregunto si algún día seré capaz de rebasar la línea y, en lugar de convertirlos en material de mis ensoñaciones, me acercaré a uno de ellos, me sentaré a su lado y le preguntaré si necesita algo.

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