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Mostrando entradas de diciembre, 2012

Rebelarse es, al final, perder(se) la vida

Precisamente porque rebelarse hasta las últimas consecuencias significa entablar batalla. Una cosa es quejarse, incluso desarrollar opiniones bien fundadas, y algo muy distinto es luchar contra el orden injusto de la vida. La vida, en sí misma, no invita a la guerra. Acércate a un campo, siéntate a la vera de un camino. Si te molesta el sol, busca el abrigo de la copa de un árbol. ¿O vas a intentar destruir el astro rey con la mirada? Sí, frunce el ceño, concéntrate y apunta... ¿Y qué hay de las moscas? Puedes matar unas cuantas si te aburres (aunque si son de campo de veras, lo tendrás complicado), pero ¿en serio crees que te puedes librar de todas? ¿Te molestan las piedras del camino? ¿Tienes problemas con la mala hierba? ¿Acaso es el canto de la cigarra una invitación a que hagas callar a todo bicho que zumba?

El triunfo de la mal llamada literatura fantástica

No puedo evitar sorprenderme ante las estanterías repletas de títulos que evocan a dragones y mazmorras y que cada vez proliferan más en las librerías. Ante tal avalancha de títulos de portadas manieristas donde guerreros armados con espadones, cascorros y escudazos que refulgen ante la tormenta en forma de ejército de orcos que se acerca por un acantilado, medio yermo, medio vergel, con gigantes y mazas colosales al fondo, un dragón, o veinte, sobrevolando el cielo más terrorífico que vieron los ojos de caballero alguno, yo me empequeñezco. Pero, ¿tanto se leen estas historias donde predominan las falsas edades medias combinadas con atuendos de prehistoria y sabiduría extraterrestre, donde copiar a Tolkien es el mínimo exigible, libros en los que deben campar, por defecto, enanos y elfos, grandes guerreros, magos y brujas, aventuras en fin, que se remiten a ellas mismas, pero que no parecen avanzar nunca? Algunas traducidas deprisa y mal. La mayoría, con argumentos similares. To

Escribir mal y pronto

Es y no es. No conozco a nadie que pueda escribir bien cada vez que se lo proponga. En ese sentido, un blog que pretenda actualizarse con cierta frecuencia es una especie de destierramitos, bajahumos y, dicho con respeto a todos los que lo intentan, un cementerio para la literatura. Escribir con corrección sí se puede. Por supuesto. Un respeto para los profesionales de la redacción y mi admiración por los picapedreros del lenguaje que viven de otros menesteres y se dedican a la escritura con la devoción de un monje tibetano. Sin embargo, la literatura, el arte que logra insuflar vida a un conjunto de palabras, la magia por la que la razón y los sentimientos se encuentran en ese más allá que nadie puede definir excepto por imágenes lingüísticas, esto, la literatura. Esto es otra cosa.

Los enamoramientos de Javier Marías (primeras impresiones)

Determinado sector de la crítica literaria oficial, la que se multiplica en los suplementos culturales, las presentaciones de libros, y prologa e imparte clases dejó de interesarse por Javier Marías cuando el autor alcanzó demasiado éxito, acaparó muchos premios y lo periodístico ganó a lo literario (dejó de ser noticia). Javier Marías se hizo antiguo y se reivindicó a ilustres tapados como Juan José Millás y Álvaro Pombo, se encumbró a Vila Matas y Bolaño, y luego los jovenzuelos inventaron el tarro de Nocilla. Pasaron muchas más cosas, claro, y casi todas se las inventó un sector de la prensa a sueldo de las grandes editoriales. Entretanto, Marías siguió publicando, pero hasta cuando lo hacía muy bien parecía que molestaba. Se repite, va demasiado lejos con su trilogía Tu rostro mañana, etcétera.

A la mierda la política española

Es una pérdida de tiempo hablar de política española. Incluso cuando cada día incendian los titulares con verdaderas salvajadas. La tentación es enorme. Ante tanto cinismo y abuso, ¿cómo no entrar al trapo? Un ministro de Educación que predica la intolerancia; el de Justicia con su radicalismo vaticano; la de Empleo, que trata de hacernos creer que los récords de parados se deben a Zapatero... Y cómo no, un presidente, Rajoy, al que aconsejan no hablar para no fastidiarla más. De Artur Mas ya he hablado bastante: no querrá ser español, pero El Lazarillo se lo sabe de memoria.

La novela hipermoderna y mis problemas

Acabo de leer una novela que la crítica ha ensalzado casi unánimemente y yo, correligionario de los firmantes en los suplementos literarios, allá que he ido. Me refiero a Democracia, de Pablo Gutiérrez. Y sí, es una novela en toda regla a pesar de que se va desarrollando a sorbos, o a borbotones si se prefiere, porque por momentos la trama principal se cuela por no sé qué sumideros y, como dice la canción, el hilo puede perder al lector. Aunque da la sensación de que al autor le importa más subrayar el mensaje que contar una historia. El universo de Gutiérrez se parece mucho a una fábula anticapitalista de la actualidad y creo que, a la postre, es lo que ofrece, sin variar ni un ápice lo que promete en la contraportada. Digamos que el pescado ya está vendido antes de leer la primera línea.

Profesores universitarios impropios

Uno se espera de un profesor entrado en años poco menos que un tesoro, porque se supone que con la vejez se templa el carácter y, sobre todo, la sabiduria llega a su máximo nivel, que es el sumun en cuanto a individuos cuyo currículum les desborda. Por eso será que ya no publican gran cosa ni amplian sus estudios ni siquiera intentan darse a conocer. Se supone que han adquirido un nivel tan excelso que no sólo se siente intocables sino que no necesitan poner los pies en la tierra.