La felicidad es un testículo fuera del calzoncillo, una meada tranquila después de dos horas de espera, tu canción favorita en un local desconocido, un regalo sin fecha señalada, una buena noticia de la gente que te importa, dormir pensando que el día ha ido bien, un gol de tu equipo en el último minuto, la sonrisa sincera de alguien antipático, el rumor de una fuente en el camino, la mirada de una chica después de verte horrible en el espejo, descubrir que eres más joven de lo que pensabas justo antes del cumpleaños, el segundo día de un viaje largo, el punto final de un relato, una llamada para saber cómo te va, y todo lo que el rubor me impide contar.
Las canciones que más adentro nos logran tocar son, en ocasiones, las más sencillas. La letra de Jesus to a child descolocará a los que asuman, por desconocimiento, que la belleza de la expresión escrita requiere complejidad. La sintaxis es clara, el vocabulario, sencillo, y la composición en su conjunto constituye una metáfora: el amante sufre la pérdida del ser querido, pero a pesar de la tristeza es capaz de comparar el hallazgo del amor verdadero con la limpieza de corazón con la que Jesucristo amaba a los niños, que son, por antonomasia, los seres humanos más puros que existen. Por este motivo, mucha gente interpreta la letra como una exaltación de los sentimientos nobles y, en realidad, la letra se puede explicar en clave de amistad idealizada o de amor perfecto en cuanto en tanto no deja lugar a la contaminación de otros sentimientos que no tengan que ver con la piedad y el desprendimiento.
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