La posmodernidad nos ha traído la ilusión de democracia universal, la hermandad tecnológica y la supresión de autoritarismos. También ha ayudado a que el cinismo se practique con normalidad y que cada cual pueda decir la idiotez que le dé la gana sin aportar pruebas, Ante tal profusión de idiotas opinadores, yo no voy a ser menos. Sostengo que Ada Colau, como Carmena en Madrid, es la esperanza de la democracia. Ante el político de carrera, el que no repite traje, el que gasta camisas de seda caras, el que vuela en Business, el que coloca a sus familiares y amigos, el que no ha trabajado en un curro precario en su vida, reivindico a la persona que se ha peleado en el barro de las injusticias sociales sin esperar prebendas y que tarde o temprano ha dado el paso a la primera línea política para cambiar las cosas. Ada Colau no tiene una carrera de jueza implacable ni se jugó el tipo ya desde la transición para combatir los penúltimos vestigios del franquismo. Y no lo hizo porque
Fue un alivio que mi abuelo se largara a México. Aunque me había criado con él, los últimos años me había preocupado más de su pellejo que del mío. Un día me dijo que estaba enamorado, que le devolviera el dinero que le debía. Al mes recibí una postal suya que terminaba así: "qué feliz soy". Poco le duró. Su misteriosa novia de Veracruz se lo encontró en la bañera, el agua hirviendo, la piel abrasada. Sólo se le salvó la cabeza, su augusto cráneo de filósofo antiguo. Cinco años después, otro día cualquiera, me llamaron desde México: tenía que estar presente en la exhumación de su cadáver, porque había expirado el alquiler de la tumba. Si quería descansar para siempre en un buen sepulcro pagaría una cifra descomunal de dólares. La opción más barata me costaría 3.000. Intenté pasarle la pelota a la novia mexicana de mi abuelo, pero ni siquiera había asistido al entierro. Si decidía no viajar o no pagar, sus restos acabarían en una fosa común. Fecha límite: 31 de